LA MANO QUE APRIETA

sábado, 11 de agosto de 2012

fuego libre

Cuando quise vivir de la invención literaria, los libros impresos -dentro de una gran gama de tendencias y géneros- aparecían como llaves de misterios vírgenes. Experimenté el ANSIA por las imágenes y los textos publicados en el mundo. La intensidad de aquel ansia me hizo trascender el peloteo artístico y asumir la marginalidad intensamente.
En realidad viví de eso sin ser remunerado por mis escritos. Reconozco sí, aquel par de libros que me pagara a razón de 500 dólares cada uno, la editorial Posada de México en el 73. Uno de ellos que yo sepa, no fue publicado, pero uno de los 500 dólares sirvió para comprar una camioneta usada en San Francisco, camioneta maravillosa que nos llevó a mí, junto con Marta y Evan, a través de todo Centroamérica hasta la isla de San Andrés. En realidad nunca supe de qué viví, pues la vida era literatura y la literatura, vida.
Mediante artilugios y suertes llegué a esta senectud imparcial, desconectado de la actual maroma editorial. A lo sumo me divierto pizpeanto un poco a Eco, pero ni siquiera redundo en los clásicos ni en mis escritores amados. Me entusiasma más la distorsión de mi memoria.

Con Lola, hace una década.

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