LA MANO QUE APRIETA

viernes, 10 de diciembre de 2010

la gula y el enema


El otro día comentábamos con Paolo que un bajón que da la vejez, es la tristeza vergal, el porongo de capa caída. Sobrevino una melancólica rememoración de pijas duras durante la adolescencia, juventud y madurez, pijas que permitían enfrentar la vida con brío y seguridad. Cada uno a su manera. Paolo surcando una vida técnica profesional y yo, la carambola artística que incluyó el mangazo organizado.
Es fácil desviarse del discurso original, aunque aquí no trato de ir a eso. Las consecuencias, lógicas o no lógicas, azotan cualquier relato, cuento, etc. donde discursear es un atrevimiento de palabras al dope. Quiero decir quel discurso cuando empieza va dando pautas para ramificarse y evadirse del carozo textual. Es algo que aleja a los lectores de la lectura y que por ende puede hilar al lector con lo escrito.
Paolo y yo hablábamos de una realidad deprimente, aceptándola. Celebrábamos la situación comiendo frutas y bebiendo agua mineral. Le dije:
"Tratemos de encaminarnos a la santidad, a lo etéreo que se esfuma. La experiencia artístíca siempre es una introducción, un arrimar una puntita o puntazo a un centro importante. Al acertar comprobamos el error (arte) dese acierto. Ahí hay dos caminos: la gula indiscriminada o el enema y el ayuno. La gula liquida la historieta, espontaneamente. El enema (de agua fresca) lleva a un apaciguamiento físico y mental que configura para la recta final, una santidad que suele ser apreciada por damas y damitas con sentimientos gerontofílicos".
Paolo estuvo de acuerdo con esta propuesta y un par de horas más tarde, él se despachó un plato de tallarines al pesto y yo un litro de cerveza negra con jamón crudo.

Topografía del Purgatorio. Antonio María Nardi. Dibujo. 1953.

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