LA MANO QUE APRIETA

jueves, 8 de abril de 2010

Caicedo, Jerry Lewis y la panadería del regreso a casa.

Empecé a ver a Jerry Lewis con otra mirada, después que Andrés Caicedo me hablara de él. La forma como Andrés construía a Lewis era fabulosa, maravillosa, y seguramente trascendía la realidad tanto de Jerry lewis como de todo el cine que Caicedo veía e interpretaba a su manera. Seguramente, tanto Jerry Lewis como Roger Corman agradezcan su fama al Caicedo adolescente que asistiendo a sus proyecciones en los cines baratos de Cali, los asumía dentro de un subconciente globalizado, por aquel entonces desconocido.
Cuando regresé a Buenos Aires, Andrés se había suicidado hacía un par largo de años, gobernaban los militares en Argentina, y mi subconciente dormitaba.
A la vuelta de casa había una panadería administrada por un matrimonio extraño. El hombre y la mujer eran, físicamente, dos monstruos que actuaban como que sus aspectos fueran naturales. Espeluznante. La panadera, gorda, petisa y con una dentadura que se le abría desde el cogote, simpatizaba conmigo, y a mis compras de pan le agregaba gramos de más o alguna factura. El panadero, acromegálico y narigón, era hosco conmigo.
Un día que me atendió el marido de la panadera, compré lo usual, dije un par de chistes que tuvieron aceptación fúnebre en el rencoroso gigante que vendía pan. Lo saludé y sin que él me contestara, tomé envión y me fuí. En mi apuro no me di cuenta que la gran puerta vidriera del local, estaba cerrada y la llevé por delante, me la tragué de forma escandalosa, los vidrios saltaron en mil pedazos, el edificio tembló y la panadería se desmoronó. Yo transpuse el fenómeno sin lastimarme seriamente. Me tomé un segundo, asombrado, para desde la calle, girar hacia el panadero y disculparme con un encogimiento de hombros. El hombre me contemplaba espantado, cubierto por su mercadería, estanterías destrozadas y el cielorraso que seguía cayendo sobre su cabeza. Sin dilaciones regresé a mi hogar con mi bolsita de pan.
Este suceso, memorable, mágico y latinoamericano, fue una consecuencia inconciente mía, de cómo Andrés Caicedo interpretaba cuando Jerry Lewis destruía todo un pueblo del lejano oeste, con solo apoyarse en una delgada columna, que se caía.

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