LA MANO QUE APRIETA

jueves, 18 de febrero de 2010

gansos que no eran cisnes

Patos, cisnes, faisanes y tiempo de eructos.
Eructos que al pie de un inmenso (siquiera tan inmenso) tanque de agua, eran eruptos: transmutaciones de anhelos en minerales, y viceversa.
Se trataba de una laguna con una docena de aves de pico espatulado (a la vista) que me recibieron alborozados porque llegué con una docena de empanadas: dos de carne, cinco de verdura y cinco de jamón y queso. Cuá cuá.
El ave más bello de todo el plumiferío era un ganso que ocultaba grandes plumas violetas. Plumas que inspiraban a escribir con ellas. Escribir o pintar con tinta sobre un papel.
Le pedí al ganso una de sus plumas y no quiso dármela.
Imperceptiblemente, otros cuatro gansos se arrimaron (nunca a mi lado lado) y hundiendo sus picos en sus lomos, se adormilaron mientras yo escribía con un bolígrafo de plástico.
Allà a cien metros, estaban los baños de aguas termales de San José y el tumulto de un 40 % de la gente que realmente debería haber habido.

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