LA MANO QUE APRIETA

viernes, 19 de febrero de 2010

El río, los pedos y el cosmos.

Había un prólogo que hablaba de un viaje a Praga. Anónimo. Prólogo o introduccción a un escrito no escrito, automático de un viaje a Colón (Entre Ríos) donde nadie sabía de donde había venido la peste. ¿Del Gran Buenos Aires? ¿Del lejano Oriente?
La cuestión quel turismo se había reducido a un 40% respecto al del año pasado.
La mayoría de los habitantes desdeñaba las razones simplemente pestíferas y acusaba a las grandes inundaciones y crecidas del río Uruguay que barría con todo.
Yo aparecí mostrando una reluciente panza inflada, un tambor que a la vista de cualquiera se sobreentendía cargada de gases explosivos y pestilentes.
El lugar, una hostería, que convocaba al relax. Entonces pensé en Orson Welles cuando gordo y alcohólico, se hacía transportar en silla de ruedas, y posesionado de la imagen de mi querido actor y director cinematográfico, descargué sonoros pedos en diferentes ámbitos de la hostería. Las lustrosas escaleras que se comunicaban entre las habitaciones, fueron mis preferidas. Pero no escatimé estruendos en la sala de ingresos ni en el restaurante. Todo propiedad de dos hermanos italianos que seriamente amaban la gañota, la recaudación de dinerillos, y patrocinaban una estética ambiental coherente, mediante la restauración y exhibición de antigüedades. Lo único más o menos criticable, eran los cuadros que adornaban las habitaciones de alquiler y demás espacios. En vez de ser originales, contenían fotocopias laser de fotos de personajes antiguos, tal vez históricos. Presumo que era así y que tenían que ver con el pasado de Colón.
Mi presencia entre otros turistas fue soportada, no indiferentemente. Los amables saludos que recibí estaban contenidos dentro de agudas punzantes miradas que intentaban descifrar el misterio que escondía mi aspecto de globo de cotillón que soltaba esporádicos gases voltaicos, capaces tanto de despabilar a cualquiera, como de adormecerlo.
"¿De dónde sale tamaño olor a mierda?": Fugaz imprevisto.
Me asenté en la personalidad de mi admirado Orson, exhibí con soltura mi sobrepeso y acepté el caudal de intrigas con la seriedad de un caimán, apenas socarrón.
Comenzaron entonces las presunciones: "¡Es el fantasma de la peste!" "¡Por él ha disminuido el turismo!" "¡Guarescámonos en los baños termales!"...
En fin, la locura anárquica bajo un sol tapado por nubes.
Entonces me expliqué:
"Señores, señoras... Mis escapes no son la peste. Mis pedos siempre anunciaron los veranos, o los despidieron. Lo que teméis es ecológico. La situación cosmológica nos trasciende. Desde mi gran ignorancia y la vuestra, mis vientos amenizan los viáticos que sean. Dejadlos subir a los cielos... ¡Aceptad los catalinazos! ¡Aceptad los gallinazos!"
Al día siguiente, los cielos se abrieron y comenzó a llegar el turismo que parecía no haber querido llegar.

comentarios:

El autor ¿quiere decir que soy yo el peideiro, o que se siente en mi piel merced a esa actividad?