LA MANO QUE APRIETA

jueves, 10 de septiembre de 2009

Etc.

¿Sabés que pasa, Antonio? Contar la monumenta del día de hoy pareciera no tener acabose, o no tener ganas de contarla. Además este sistema de blog (internet) nunca fue ni será un mecanismo de tu aceptación, pero ese no es el problema. Peor aún, no hay problema, hay realidad. Realidad desas que estallan y se tergiversan cuando el inconciente prende.
Santiago se brotó al ingresarlo al hogar San Martín para indigentes. Captó la esencia del instituto desde una licantropía súbita que lo enmelenó furioso y agresivo: "¡¿Qué carajo es esta mierda?!" "¡Me rajo!", etc. Y no había caso. Hubo que sacarlo a la calle, zarandearlo, escupirlo a puteadas, no para que refexione, para que se asuste y asumiera -al fin- acomodar los bultos en la pieza que le asignaron, aparentemente calmado.
En cambio la Sergia, todo el tiempo encantada, se sintió mimada por el personal que le ofrecía patitas de pollo y gelatinas.
Mientras Santiago despotricaba su iracundia miserable a través de la amplia arquitectura del instituto, la Sergía le confesaba a la sicologa que escuchaba voces y que estas voces la obligan a no decir a los demás qué le decían. Además explicó quel hijo que había tenido con Santiago, era solamente de Santiago, que ella colaboró nada más que con el vientre.
En fin, la rabia espumosa de Santiago está latente (Eduardo lo chequeará mañana, yo tengo librería).
Cuando con Eduardo y su esposa, los abandonamos en manos de la institución, ambos quedaban acostados cada uno en una cama con sábanas limpias.
Etc.

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