LA MANO QUE APRIETA

jueves, 3 de septiembre de 2009

El ojo de fantasía.

A Ricardo lo conozco desde que empecé a jugar de librero (1978), y de siempre le recuerdo un ojo malo, raro. Una especie de luz flauta que resplandecía en los locales que usaba para vender papeles impresos. Clasificarlo como "buen librero" es cuestión última, por verlo trabajar en el puesto de Santiago. Generalmente tiene el libro que le pide la gente y lo vende más o menos caro y si no tiene el libro, pide teléfonos pues promete conseguirlo. Además, si uno revuelve el tremebundo desbarajuste que ofrece: todo el material es vendible e interesante.
Esquelético, narigón, cabezón y con ese ojo que trasciende los colores del tiempo, parece una flor sembrada en una montaña de libros. Un mínimo subterfugio le permite entrar y salir de la montaña literaria. Subterfugio que al abandonar el puesto a altas horas de la noche, le pone candado.
Uno de los domingos que pasé a cobrarle los doscientos pesos para el hotel de Santiago, lo vi con la cuenca del ojo malo cubierta por un apósito color piel. El impacto de esa imagen me inhibió la discreción que tenía con él.
- ¿Qué te paso?
Ricardo sonrió, citó a Edgard Allan Poe y dijo:
- Yo tengo un ojo de vidrio. Una prótesis...
- ¡...!
- El ojo se me cayó y hace días que no lo encuentro...
- Claro, es como buscar una bolita dentro de un kilombo infinito. Cosa e mandinga. Bueno, pero va a aparecer...
- Yo estoy parado sobre libros, pero debajo de esos libros no hay un piso, hay un enrejado metálico y abajo... La tierra.
- El parque Rivadavia...
- Exactamente.
- Y decime una cosa ¿porque no usás un parche negro al estilo de los piratas?
- No me gusta...
La conversación quedó más o menos ahí y el apósito ocular le duró un par de domingos. El domingo de la noche de Santa Rosa, cuando pasé por los doscientos pesos, Ricardo tenía colocado su ojo de fantasía. Espeluznante.
- ¡Lo encontraste!
- Si.
- Dejame mirarte -se exhibió ante mi inspección- Claro, ahora entiendo. Tu prótesis es perfecta, reproduce al ojo bueno. La joda son los párpados, no tenés pestañas y se ve un arrepollado horrible. En cambio si uno mira tu ojo normal, tenés una cara de bueno impresionante. El problema es que mantenés la cuenca de la prótesis desmesuradamente abierta y eso aterroriza...
- La gente en general evita mirarme a ese ojo. En cambio los niños no. Les llama la atención y lo miran fascinados.
- Son niños... A ver, hacé una cosa, entrecerrá un poco el ojo malo... -Ricardo siguió mi indicación y el efecto fue sorprendente, su rostro se convirtió en una cara normal- Increíble... ¡Redulce! Tenés que trabajar sobre eso.
Asintiendo, la faz del hombre con un ojo de fantasía, se iluminó con una sonrisa beatífica.

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