LA MANO QUE APRIETA

lunes, 31 de agosto de 2009

A Santiago no le alcanza lo que le paga el tuerto.


Ayer noche, recién llegando la noche, en el momento íntimo de mi recapitulación, solo en casa, sonó el teléfono. Era el tuerto, el que con Eduardo arreglamos para que le alquilara el puesto a Santiago:"Yoel, ¿Podés venir al parque? Santiago está rompiendo todo, tirando mis libros. Está enloquecido. Voy a tener que llamar a la policía. ¿Venís vos? ¿Vos podés calmarlo?". No le contesté, corté. Interiormente puteé a Santiago, al tuerto, a Eduardo, a mi mismo. Llamé a Eduardo. Así como estaba yo cuando llamó el tuerto, estaba Eduardo. Le transmití la cuestión. "Salgo para el parque" me contestó Eduardo cortando. Yo lo mismo. Bajé a la calle y tomé un taxi. Cuando llegué al lugar, todo aparentaba calma pero los puesteros miraban la luna distante con caras extrañas; el tuerto estaba sentado lejos del puesto de Santiago y Santiago acomodaba libros. Saludé a Santiago y no me contestó. Fuí al tuerto y éste me contó: "Vino un hombre a vender libros, yo le compré cinco Aguilar y el resto como no servía para nada, no lo compré. Entonces Santiago me pidió cien pesos prestados, le compró los libros al hombre y vino y me dijo que le dejara libre la mitad del puesto porque quería vender los libros que compró con mi plata. Le dije que ese no era el arreglo que teníamos y ahí empezó a deshacer el puesto..."
Llegó Eduardo y pasó a la acción directa, encaró a Santiago, lo retó, intentó explicarle la razón de las cosas y de las situaciones, muy seriamente. Santiago le contestó con chillidos gallináceos, por un momento pareció que le iba a pegar pero siguió chillando y no bien Eduardo lo abandonó para hablar con el tuerto, la fiera continuó acomodando los libros invendibles que había sabido conseguir. Las explicaciones rebotaban por el aire: "La rata no quiere reconocer que cuando él tuvo el puesto en sus manos no levantaba un mango, entonces lo hecharon del hotel donde estaba y tuvo que traer a su mujer a vivir dentro del puesto" "Como ve que el tuerto hace guita con los libros, él se cree que puede hacer lo mismo". "Cuando Yoel y Eduardo le regalaron una tonelada de libros para que los venda, los tiró todos dentro del puesto y eso le sirvió para hacer el colchón para que él y la Sergia se acostaran a dormir". "Si el tuerto se va, Santiago queda en la lona, no va a tener para comer ni para el hotel" "Que se vaya a la puta que lo parió" "Es un hijo de puta". "Es loco".
El escándalo era extraordinario, pero lo extraordinario siempre fue cotidiano en el Rivadavía.
En Determinado momento el tuerto se acercó a recoger alguno de sus libros. Ahí Santiago se puso furioso, rugiendo: "¡Miralo a este hijodeputa! ¡Miralo cómo se hace el Mosquita Muerta!" y empezó a patearlo y descargarle librazos por la cabeza. El tuerto es un hombre flaquísimo, pusilánime, con masoquismo hereditario, y mientras recibía los castañazos, casi como un monárquico ante la revolución francesa, comentaba al público asistente: "Pero... ¿Qué le sucede a este hombre? ¿Está loco?" Sin poder evitar que la enciclopedia de Jaques Costeau se estrelle contra su cráneo pelado.
Eduardo se interpuso para contener la furia homicida de Santiago mientras el tuerto aguardaba femeninamente el anárquico castigo que le caía encima a esa hora de esa noche.
Agarré fuerte a Santiago por un brazo. acerqué su cara a mi cara y muy despacio le dije mientras me miraba azorado: "Santiago. Por favor... Santiago". Lo solté, descargué un puñetazo sobre las chapas de un puesto cercano cerrado y este puñetazo rompió el reloj que llevaba en mi muñeca. Santiago se calmó, aunque se mantuvo formalmente furioso, pero ya sin patear al tuerto. El que siguió puteando y maldiciendo fuí yo. Hasta que Santiago se fue para su hotel y Eduardo y yo nos encaminamos rumbo a nuestras casas.
Luego de estos sucesos estaba pronosticada la tormenta de Santa Rosa.

ILustración post post, realizada comienzos del 2011.

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