LA MANO QUE APRIETA

jueves, 16 de abril de 2009

Médanos que zumban

Al Sergio y a la Santiaga los conozco desde hace más de treinta años. Siempre fueron estultos, realmente el uno para el otro.
La Sergia era grandota y fulera. El Santiago, con el cerebro irreversiblemente lastimado por una carencia alimentaria en su primer infancia, diminuto y rabioso. Gente noble los dos pero insoportables. La yunta se mantuvo durante un desfiladero de hoteles siempre carísimos y jamas dispusieron de un departamentito humilde y económico. Jamás fueron normales.
Estos teratos, a la vista de mucha gente, pueden parecer marginales y excepcionales, sin embargo hay muchos paralelos y similes a ellos, que les ganan en idiotez y brutalidad. Sucede que esos otros mueren temprano. Pero el Sergio y la Santiaga son duraderos, se resisten a que Dios se apiade de ellos y los premie con su consuelo.
Además, Eduardo y yo nos prestamos a eso... Hace cosa de 20 años, el Satánico Edu, me dijo: "¿Querés que seamos la jubilación de Santiago?" "hmm... ¡mjú!" "Bueno, pero cuando llegue el momento ponemos a medias lo que sea necesario... ¿Okey?" "Okey".
Hoy estamos en eso y el kafkismo burocrático municipal, pese a su dificultad, es pan comido, pues los empleados se comportan más o menos bien cuando Eduardo les hace ver que todos los requisitos que parecen no estar a la vista en realidad lo están, y todo seguiría un orden que resultaría con la internación de los dos en un geriátrico municipal que incluye entretenimientos (TV), alimentación y asistencia médica, pues hay una ley vigente que obliga a ello con personas en las condiciones del Sergio y la Santiaga. Para conseguir esto hay que demostrar que no son locos criminaloides ni apestados venenosos. Por eso: un montón de análisis y evaluaciones siquiátricas.
Al principio los dos eran remolones a cumplir con los trámites. No entendían el porqué. Seguramente pensaron que los llevábamos al hospital para que allí los mataran, que desde un punto de vista matemático, tendría su lógica. Por supuesto no era así y al termino de cuentos, Santiago entendió y se prestó a colaborar, pero la que no entendió fue la Sergia. Directamente no quiso saber nada. A lo sumo cuando yo o Eduardo le dábamos órdenes, obedecía, pero al mínimo descuido se escapaba, como hizo hoy en el hospital.
La Sergia como no tiene televisión en la pieza, se pinta los labios con rouge y extiende el carmín a todo su rostro. Eso la alegra y así coloreada sale a revisar las basuras del barrio.
El Santiago y la Sergia son desdentados completos y sus bocas son médanos que zumban.

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