LA MANO QUE APRIETA

jueves, 16 de abril de 2009

entendimiento de las cuestiones cotidianas

Hace unos años, cuando Santiago y yo trabajábamos en puestos paralelos en el Rivadavia y él hacía cagadas que me provocaban pérdida de guita. Lo encaré a solas y le grité al medio de la jeta: "¡Entendé, Santiago! ¡Entendeeeé!". El bicho se retorció como culebra al fuego, uno de los ojos le bajó, chirriando, hasta el culo, y con un rugido que le serruchó las cuerdas vocales, metamorfoseado en virulenta gallina, contestó: "¡NO QUIERO ENTENDEEER!"
Yo estaba muy enojado, pero esa respuesta me dejó sin alternativas...
Entonces fuimos a tomar cerveza.

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