LA MANO QUE APRIETA

sábado, 21 de marzo de 2009

vampiros nacidos y resucitados

Esto es la continuidad de una influencia, tratar de diferenciar para aclarar de qué se habla. La clasificación del profesor Beckez es un tanto capciosa. La importancia del "nacido" nunca queda especificada. Eso si, la gama de los "resucitados" se la ve abundar en cualquier vecindario. El vulgar, el mediocre, el parásito que no llega a superarse.
En mi experiencia, me ví rodeado de "resucitados". Tanto vampirillo porteño revoloteando, quitaba la luz del sol... Fenómeno que percibí más o menos entre 1978 y hoy. Como que la situación social predispuso su difusión. Al ir desapareciendo las posibilidades laborales, muchas personas encontraron en el ejercicio de la parasitosis una opción de sobrevivencia y se dedicaron a buscar incautos para absorver bienes materiales e intelectuales. Esto es antiguo, pero en Buenos Aires la distorsión es tanta, que los parásitos lugareños funcionan como atracción turística.
Yo tuve experiencia como "resucitado". En 1978 me convertí en un comprador y vendedor de libros viejos y haciendo ese ejercicio, obtuve beneficios económicos y espirituales a costillas de otros. O sea, mi actividad pese a realizarse a la luz del día, era esencialmente secreta y clandestina. Tal vez por eso publiqué "El libro de vampiros" en 1980, jamás como descargo, espontáneamente. Extraña publicación, pues su difusión fue mínima: 300 ejemplares fueron vendidos en esta ciudad durante veinte años y cuando alguien me preguntaba porque me atraía ese tema, no sabía qué responder.
Asumido en mi ambigüedad, cursé los años y comprobé que mi actitud no era prototípica y que el que yo me resolviera así, sirvió para empeorar las cosas, ayudó a que surgiera una caterba de "resucitados".
Recuerdo una conversación con un "resucitado" de los de antes -viejo profesional-, que me dijo:
- Hay mucha competencia. Antes éramos pocos, pero ahora le vieron la punta y cualquiera se pone a comprar y vender...
Hablo de librería porque fue el medio que me permitió conocer al vampiro argentino, que es una imitación de el del viejo continente, eso sí, con pretensiones argentinas, cualquiera de estos parásitos creyó que Drácula era un niño de pecho comparado con cada uno de ellos. Soy de aquí y el energumismo porteño me conmueve y le tengo módica simpatía, incluso lo alimenté con mi sangre, pero a la larga tuve que dejarlo que se pudriera por sí mismo, sacármelo de encima. Se trata de chupóteros muy destruibles: cuando tienen la panza llena, una buena patada en el culo funciona mejor que un estacazo en el corazón, explotan.
Por supuesto, en Buenos Aires hay "nacidos", pero éstos no necesitan ser libreros, ni anticuarios, ni nada que los humanice para ser lo que son. Si representan algún papel mundano es por debilidad... Cuando están en plenitud ejercen el poder del anonimato. Son apátridas naturales. Uno los llama "argentinos" porque los conoció aquí, pero en esencia son los mismos que se manifestaron en New York, Dinamarca o Arica...
Los "nacidos" son poquísimos y los "resucitados" muchísimos (éstos, cuando se organizan suelen autodenominarse con emblemas de reivindicación social) y son los peores enemigos del nacido. Los "resucitados" destruyen al "nacido", no para ser como él -que sería una hipocresía-, por simple envidia del poder. En esta lucha, los "resucitados" cambian porque aprenden a resistir. El "nacido" los destruye de una forma cada vez más difícil y los "renacidos" aprenden a endurecerse en su hipocresía y a permanecer siempre al acecho, pues no conocen al enemigo y equivocan su objetivo bélico. Esto sucede desde que el mundo es mundo (este mundo).
Aparentemente el vampiro mediocre va ganando terreno. No se si esto conducirá a la finalización de "este mundo". Los otros mundos tal vez no contengan vampiros, ni gigantes, ni mamíferos... y en el mundo posterior, tal vez los libros solo quedarán para consumo de los nacidos.

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