LA MANO QUE APRIETA

sábado, 7 de febrero de 2009

el Chileno

Fuera de que quitarle a otro lo que yo no tenía, fue un impulso niño, el Chileno fue el que me inició en el robo como sistema de vida. Fuimos amigos para compartir lecturas, escuchar conciertos transmitidos por radio y beber vino.
En su enseñanza fue severo y parco con su cariño. Cuando lo conocí parecía un niño rico pero vivía en la piecita de un conventillo de San Telmo, a costillas de su madre que trabajaba de enfermera. Mas que piecita: auténtica covacha y esa covacha fue el cuartel de mis intrépidas confabulaciones juveniles. Aquella piecita tenía una única ventana por donde entraba y salía la música y la literatura.
Nunca supe el nombre de la maldición que cargaba el Chileno. Todo él era fúnebre y propenso al desastre. La contínua posibilidad de canjear la vida por la muerte era un aliciente para el humor. Su tragedia estaba colmada de sonrisas y alcohol y yo me contagié fácilmente.

Le gustaban las armas de fuego. Me decía que salir a pasear por la avenida Corrientes con un revólver en el bolsillo le hacía ver la vida con esperanzas.
Nunca lo ví jugar a la ruleta rusa, pero sí divertirse con un paquete de nitroglicerina que guardaba debajo de su cama. Cada tanto tenía que darlo vuelta para que no explotara por sedimentación. Así, un día de podredumbre, el Chileno saltaba y gritaba:
- ¡La nitro! Hace una semana que no la doy vuelta!
Las gesticulaciones y espantos que hacíamos y el giro del paquete, servía para cambiar el clima, ya podíamos tomar litros de vino, total la nitroglicerina cual reloj de arena, recién empezaba a sedimentar del otro lado. La posiblidad de que la piecita y con ella, no sé cuanto edificio, volara en pedazos, le daba al transcurrir del tiempo un sabor especial...

comentarios:

La síntesis amasa a las bestias. Las grandes novelas son propensas a la mansedumbre y sus adaptaciones aplastan. Insistencia y arterioesclerosis.