LA MANO QUE APRIETA

viernes, 29 de agosto de 2008

número equivocado

Anoche me visitó Roberto Páez. O yo lo visité a él.
La situación era misteriosa. Los motivos del encuentro (los había y tenían que ver con el trabajo y la vida) se disipaban casi antes de concientizarlos. En mi aventura me acompañaban mi mujer: la virgen María, y mi hijo Jesucristo que aún a punto de cumplir once años, era una niña.
Estábamos en el taller de Roberto y las acciones eran muchas y tenían esa característica tan festejada por mi amigo y por Borges: se olvidaban a medida que sucedían, y eran apasionantes.
De pronto llegó Roberto con algunos de sus alumnos, y hablaron.
Yo no hablé con ellos. Pero cuando todos se fueron con el maestro y me dejaron a cargo del lugar, se sobreentendía que antes de irme yo, iba a dejar todo en su sagrado lugar.
No cometí sacrilegios. Lo más imporante fue acondicionar una bolsa de plástico semillena de agua y dejarla, sin que pierda líquido, dentro de una caja, conformando una especie de pequeña cama de agua. Cama cucha como para un perro que allí no había.
Ya estábamos por irnos, salir por la puerta metálica de una gran persiana baja, cuando sonó el teléfono. Un aparato telefónico negro de los años cincuenta. Me detuve en el tiempo sin saber que hacer, hasta que de pronto, levanté el tubo y atendí.
No recuerdo quién llamaba ni por quién preguntó. Le contesté: "Número equivocado". Colgué y el porvenir fue realidad.

0 comentarios: