LA MANO QUE APRIETA

martes, 8 de julio de 2008

bombilla

La melancolía cotidiana se me agudizó ante la ausencia del silbido de la pava que hierve, que va a hervir o que ya hirvió. Sería que sería, el olvido es (era) un silbido. Como cuando Omar Viñole cabalgaba sobre un silbido simplemente humano, no metálico, no la explosión de la máquina de vapor. Romanticismo de la vaca lechera propia que pasta y muge en el balcón mientras la pava silva. Nada de eso. El fuego estaba prendido, pero la pava no había sido puesta sobre la ornalla.
Entonces: todos los océanos juntos, toda la parte terrestre que hace 4.000 millones de años se llenó de agua marina debido al enfriamiento global que licuó al hidrógeno y al oxígeno (0 que demoró ese tiempo en licuarse), permanece por un instante, quieto y liso (mar tremendamente calmo). Es un momento mágico que enseguida termina y silba.

comentarios:

La bombilla es ancestral, atávica, en los gustos rioplatenses del urbano Yoel. Su yerba mate combinada con otros yuyos y miel es una experiencia sobrenatural de probar. Si hay mateador, ese es Yoel. Tomar mate o ilex paraguayensis en Buenos Aires es más que autóctotono, es un amuleto de madera y acero y agua tibia.
No sé cómo terminar este discurso sobre la importancia del mate. Perdón