LA MANO QUE APRIETA

viernes, 4 de abril de 2008

El hombre que ríe de Víctor Hugo

Poner la bondiola en el horno es una forma de actualizarse. Es buscar algo diferente a la cotidianidad del sonambulismo de las bondiolas con nostalgia amazónica. Es lo que tiene de bueno trabajar de escritor picapedrero hacedor de tumbas para sepultar bondiolas mamás, las gigantes saladas alambradas con espino santo, y laurel. Laurel que le pido al muerto vivo que tiene un árbol de laurel en Burzaco, para ceñir mi frente cuando atiendo al público que viene a comprar libros: Sartre, Jorge Amado, Balzac: tecnicismos sobre la salación de cadáveres: historias swif... y nada más porque se vende muy poco (ni siquiera Balzac, imprevistamente es Víctor Hugo o Henry Miller). La gente no entrega la bondiola y uno está con el horno encendido y corre con todos los gastos y los gatos. Coca Cola en el frezeer y super hervidos huevos duros que estallan contra las paredes, no implotan. Olvido y buenas maneras. O no.

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