LA MANO QUE APRIETA

miércoles, 7 de noviembre de 2007

El maestro a muerto. Yo soy el maestro.

Que lo necesario se organice al revés, pues "así es como debe ser", puede ser un prejuicio o un axioma.
Sucede que alguien escucha hablar a otro y el otro dice textos íntimos y regresivos, entonces el escuchador no mira a la cara al hablador, lo mira al culo pues es con lo que le está hablando, y el evento tiene aspecto de sesión sicoanalítica.
Se trata de una confrontación maniquea de filias y fobias, adonde por prejuicio o por axioma se tiene una actitud amplia ante las realidades del amor y la muerte.
No hace falta dejar de ser burócrata para poder caminar hacia atrás con cierta velocidad. Todo energúmeno que quiere ser invisible, lo será si quiere.
El conflicto acontece al normatizar estos sentidos de la vida bajo los reflejos del espejismo de la propiedad privada. El equivalente químico de este fenómeno, sería lavar un cerebro humano vivo con lavandina o aguarrás de la misma forma que se friegan en el lavabo unos dientes postizos. Pareciera que la enajenación cultivada permitiera baños de inmersión en soda cáustica.
Sucede que cualquier exabrupto es posible porque así son los actos de magia. Pero la normalidad del mundo físico resuelve estas situaciones mediante el burbujeo explosivo del experimentador y su derretimiento terminal de aspecto diarreico.
Por lo tanto, cuando un médico matriculado receta a un paciente, enemas de kerosene, ¿está cometiendo un error? ¿o está matriculando al enfermo? En jerga de gurúes autónomos, llaman a este tipo de recetas: "vacunar", lunfardía común a agentes inmobiliarios y estafadores en general.
En ese sentido, nada como el error cometido en carne propia, íntimamente y sin que nadie se entere.
Parece que va a llover.

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