LA MANO QUE APRIETA

lunes, 23 de junio de 2014

viajar para comenzar

Los aviones grandes se fabrican para cubrir trayectos grandes.
Largos viajes que aparentemente son aéreos. Viajes que a medida que avanzan confunden y fusionan los lenguajes humanos.
El avión que me tocó en mi circunstancia, era muy grande. Una vez que entré en él perdí la noción de su longuitud, pues el aeropuerto con sus pasillos embaldosados, tubos plásticos inflados y cremalleras mecánicas, nunca me dejaron ver a la aeronave en toda su magnitud.
Me instalé en el asiento prefijado y el viaje comenzó. Por lo menos eso fue lo que dijo la voz del capitán por los parlantes.
La monotonía circunstancial me durmió y soñé que viajaba en subterráneo cubriendo también un trayecto largo, con paradas.
En una de esas paradas me despabilé y coincidí con una de las escalas de mi aeroviaje. No sabía cual era ella y como todo el mundo (el resto de los que viajaban -una multitud-) parecía saberlo, no indagué. Me levanté a estirar las piernas, caminar un poco (indicación previa para durante estos viajes donde se recomendaba, caminar por los pasillos durante el vuelo).
Efectivamente, el avión era larguísimo y por secciones. Cada tanto, una especie de vagón permitía pasar a otra especie de vagón. Cuando encontré una salida, me ví solitario en un andén frío, con ríos y montañas a los costados. Sin verificar sobre qué se asentaban aquellos ándenes, llené mis pulmones de un aire congelado y misterioso, y volví a entrar al avión.
Todo en orden. El avión no iba a partir sin mí.
Pero por más que avancé y avancé, sucediendo a esos chorizos confortables que sobrevenían, no pude reencontrar mi asiento original. El resto de pasajeros era un material humano cambiante que no coincidía con el del inico del viaje.
El largor del avión tenía que ver con el tiempo que transcurría. Pese a que el reinicio de vuelo era inminente, parecía no llegar nunca.
Busqué mi asiento locamente, pero todos estaban ocupados y yo no reconocía a los otros pasajeros ni ellos a mí.
En un despacho de comestibles que había a un costado, pregunté: "¿Hacía donde queda la cabina de mando?". Me señalaron un sentido y tras él fuí. Corrí y parecía que nunca iba a alcanzar ese destino que tendría que estar allí. a mano.
Antes que el avión arrancara a volar nuevamente, llegué a una puerta terminal (la puerta de la cabina de mando). La abrí y encontré un  paisaje caribeño y solitario: una isla en medio del mar.
Había llegado a destino, bajé y pisé la arena.
 

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