LA MANO QUE APRIETA

martes, 30 de julio de 2013

escapar sin pagar


Yo tendría 18 años y el hermano mayor de la Mona que cantaba tangos y militaba en la Federación Juvenil Comunista, en medio de una noche de SanTelmo, nos dijo al Chileno y a mí: "Somos jóvenes. Todo es nuestro. Tenemos derecho a todo. Podemos apropiarnos de lo que sea. Todo nos pertenece. Tomémoslo". Y fuimos a eso. Decidimos consumir bebidas en algún bar y fugarnos sin pagar. Elegimos el de la esquina de Venezuela y Bolívar.
No bien entramos fuimos altamente sospechosos. El personal y clientes nos relojearon con cara de orto. Pedimos tres ginebras y las ingerimos como quien bebe veneno, mirándonos a los ojos, decididos a todo.
Súbitamente, bajo la espectación general, gritamos: "¡AHORA!" y explotamos. Tiramos la mesa al piso y huimos cada cual por su lado. Yo me subí a la mesa de unos clientes y salté a la calle a través de la gran ventana que estaba abierta. Corrí como nunca había corrido. Muchísimo. Cuando quise darme cuenta, estaba lejos de las ginebras sin pagar, estaba en Chile y Perú tomando aire, reponiéndome. La noche era hermosa, el mundo fácil y la luna me sonreía. Desde mi omnipotencia ví a lo lejos, un hombre que desde la calle Bolívar venía hacia mí, desesperado, golpeando con tacos retumbantes el empedrado. Pensé: "Qué fuerza la de nuestra juventud. Huimos nosotros sin pagar y todo el mundo se escapó también sin pagar. Ahí viene otro, y no sabe que nadie lo persigue, que todos estamos a salvo". Con amorosa sonrisa empecé a hacerle gestos para que calmara su furia, para recibirlo como a un amigo del alma. Pero el hombre no calmó su ímpetu, con sus zapatos le sacaba chispas a la calle y las puteadas que profería iban dirijidas a mí. Era uno de los mozos del bar que había salido persiguiéndome. Cuando me di cuenta de eso, el hombre estaba encima mío y empezó a zarandearme. La vereda y la calle estaban húmedas, rodé, el mozo tironeó del piloto que yo llevaba puesto hasta que me lo quitó y triunfal, exclamó: "Ahora, si querés recuperar tu ropa vas a tener que venir al bar a pagar". Y con la cara de quien acaba de descubrir la pólvora, emprendió el regreso a su lugar de trabajo. "Andate a la puta que te parió" pensé. Cansadamente me encaminé a la pieza del Chileno y lo encontré acostado y abatido, muy enojado. A él lo habían perseguido con un auto y también le habían quitado el pullover que llevaba puesto.
Al día siguiente recapitulamos el evento. La madre del Chileno había ido al bar, pagado los destrozos y recuperado la ropa del Chile y mía. El Chile comentó: "El único que llegó a su casa y durmio tranquilamente, fue el hermano de la Mona... Increible, por donde salió corriendo tuvo que pasar delante de la puerta de la comisaría y no lo detuvieron, zafó".   

2 comentarios:

los tres protagonistas de este relato, a través del tiempo, han sido abatidos por balas policiales.

De los compromisos civiles, tipo pagar lo que se consume, se escapa dejando la vida en pago. La vida como excremento.