LA MANO QUE APRIETA

jueves, 5 de abril de 2012

boca juniors

Me cambié de camiseta. Quise hacer un giro de noventa grados e hice uno de cientochenta. Ni siquiera sabía a que caudal de suculencias asociadas pertenecía mi vieja camiseta mugrienta, aparentemente para siempre. La cuestión que me puse la nueva, me gasté dos lucas y removí también calzoncillos y un par de pantalones. Pues no solo la camiseta se endureció en su propia historia, también los lompas y las camisas ¡ni hablar!: sus cuellos y puños daban alaridos mientras se deshacían, mitificándose en un "no me abandones" que mi propia biología con sus gases y mi rechazo a la lavandería corporal, se encargó de encariñar la vida con el objeto desa vida: una camiseta vieja.
Las consecuencias no son terribles, son infames. Los cambios de camiseta son propios de casquivanías serviles y alarmistas.

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