LA MANO QUE APRIETA

jueves, 3 de noviembre de 2011

la última cena

Había una fiesta que sucedía en una arquitectura memorable aunque imprecisa. Asi como los participantes y el suceso en sí.
El festejo trataba de una explosión de olvidos que respondían a un chispazo de existencia. Cuando sobrevino la gran cena que en un principio iba a ser costeada cooperativamente por los comensales pero que al suceder su instalación, la auspició un Crápula, reunía un número notable de convocados que no conversaban y que esperaban materias bebibles y comestibles, materias demasiado inciertas, pues nunca llegaron.
Eran mesas largas (tres o cuatro) dispuestas paralelamente a lo largo de un espacio al aire libre.
Tal vez en alguna versión de esa cena -siempre última- hubo comida (más no sea pan y agua). En la que me tocó participar a mi: nada de eso. Solamente los circunspectos participantes que venían de diferentes lugares del mundo: unos más lejanos que otros, con la particularidad de que todos nos habíamos visto de alguna forma: personalmente o a través de los medios de difusión. Nadie habló con nadie y yo que pensaba decir algo pues era el protagonista del cenáculo, no dije ni una palabra.
La cuestión que luego del olvido de los pormenores, había caños rotos y los encargados del edificio me convocaron para decidir si los arreglábamos o los dinamitábamos. Estábamos discutiendo las posibilidades en un ambiente con ventanales descomunales, cuando apareció el indigente Santiago Apostol que era uno de los habitantes fijos del lugar. Cuando me vió se sorprendió y empezó a maldecir sacudiendo los puños a lo alto. ¿Qué estaba haciendo yo allí?... Me fui.

comentarios:

Puedo ponerme a ensoñar durante horas y los cuadros desfilan por mi mente como diapositivas. Pero no quiero decir con esto que los cuadros que acabo realizando tengan nada que ver con los que pasan por mi mente- Por que lo que veo son cuadros maravillosos. Pero ¿cómo hacerlos? Y, claro, como no sé cómo hacerlos, confío en que el azar o el accidente los hagan por mí.