LA MANO QUE APRIETA

sábado, 20 de agosto de 2011

Jubileos en vez de jubilaciones.

Mi primer jubileo sucedió a mis 25 años en Colombia. Yo andaba excedido de tabacos, alcoholes, marihuanas y alguna purgación desas que hacen perder la fe. Entonces, una contrabandista venezolana me llevó a un llano con mucho trigo y me tuvo allí un mes, cuidándome mientras mis pudriciones salían al exterior. Durante este proceso mi alimentación básica fue el rocío de los amaneceres en el trigal. Me sentí morir, me debilité... Sobretodo en los primeros días. Luego, de a poco, una vez que salió de mí todo lo que tenía que salir, vino la recomposición y empecé a ingerir alimentos normales y me sentí muy bien. Desintóxicado. En ese momento, la contrabandista me mandó de regreso a Bogotá. Me dijo: "Mira... Yo ahora tengo que estar un par de meses en Caracas. Pero luego regreso a Barranquilla con harto billete. Te llamo ¿Y te vienes a pasar unos días conmigo en un hotel cheverísimo?". Le prometí mi aceptación más completa y buen comportamiento. Me recetó jubileos cada dos décadas y media, nos despedimos y nunca me llamó.
Mi segundo jubileo no fue espontáneo como el primero, pues recaudé información al respecto. Cumplidos los 50 años me recluí 30 días en la terraza de la casa de Flores. Vivía mi madre y el rocío que me nutrió fue el del viejo macetario que incluía rosales y malvones.
Queda a la vista un tercer jubileo. El de los 75 años. Que suena más a castigo que a rehabilitación...

Hórreo del Viñao que está entre o lugar de arriba y o lugar de abaixo.

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