LA MANO QUE APRIETA

jueves, 4 de noviembre de 2010

Josefa y Josefo se buscan y no se encuentran


Josefo se planteaba planteos que no germinaban, pues dejaba mucho ser a la hoja vacía, vacía. Llamaba a Josefa y le preguntaba "¿Por qué el tomatero no da tomates? ¡Hija de una gran puta!". "Si serás macaneador y pecador... ¿Es que acaso es mi culpa que hortalices la fruta? ¡Tacaño! ¡Negrero!"
La Josefa usaba cuatro medias en cuatro piernas, que no todas eran de ella, pues dos eran de decoración y en las restantes anestésicas, la doña guardaba monedas de oro en sus dobleces. El Josefo lo sabía, más su interés no era el oro sino (alma de su alma) la simple mujer madura en sí, que barriendo y acicalando vanidades ajenas se había convertido en un José con cara de sifón y eso era un complejo de inferioridad varonil. Cuánto mejor hubiera sido para el Josefo haber nacido simple diosa y especializarse en las químicas que bullen durante los mediodías y las medianoches. Los Josés con soda habían olvidado sus raíces. El don y la doña.
En un principio el Josefo y la Josefa fueron un solo ser de simple alegría y fiesta incesante que se ganaba la vida limpiando oficinas públicas, atendiendo pizzerías, manejando taxímetros y siempre girando y girando.
El súbito amor que el andrógino sintió en la década de los cuarenta por Elisa Galvé, luego de ver a la actriz protagonizando un argumento de Borges en el cine, separó al cuatro piernas original en un dos por dos: un Josefo y una Josefa. El fenómeno sucedió durante la tarde de un "martes de damas" en el Cine Ateneo que estaba en la calle Piedras entre Chile y Méjico.

Foto de estudio de Elisa Galvé. 1941.

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