LA MANO QUE APRIETA

lunes, 1 de marzo de 2010

Tierra-hombre.

Toni Vázquez me contaba que cuando sucedió el último gran terremoto de Lima, él se encontraba en la ciudad acostado en una pieza de alquiler. La cama lo tiró a la calle a través de un balcón y un perro furioso le arrancó un cacho de culo. Corriendo a través de las calles que se abrían y tragaban gente, mi amigo sobrevivió y después contó la hecatombe.
A mi me agarró un temblor en ciudad de Méjico. Estaba en una cocina cuadrada del barrio Nativitas, fumando marihuana con un amigo mejicano. De pronto, la caja de cemento que nos contenía se zarandeó primero para un lado, luego para otro. Mi amigo y yo nos quedamos mirándonos paralizados, durante una eternidad que duró una fracción de segundo, la duración del temblor. Después que todo terminó, mi amigo gritó: "¡Mi hijo!" y salió corriendo a ver qué había pasado con su hijo. La cocina estaba resquebrajada a la mitad y cuando bajé escaleras, ví más paredes rotas...
Después hubo una ciudad vieja que conocí (Managua) y pocos años más tarde, cuando volví a ella, no existía, un terremoto la había borrado de la faz de la tierra.
Durante mi estadía en San Francisco, California, se hablaba mucho de la falla de San Andrés; una grieta se venía abriendo e iba a terminar separando todo Californía de Estados Unidos, anexándolo a Japón. Mientras estuve allí, el fenómeno no sucedió y hasta ahora, tampoco. Sin embargo es inevitable. En aquel durante que estuve allí, si bien la teoría apocalíptica era una tradición asegurada, se vivía con absoluta normalidad, como si la transitoriedad no tuviera fin.
Aquel viaje que duró una década, estuvo signado por terremotos y volcanes vivos.
Después que regresé al lugar donde fui parido, los terremotos y volcanes siguieron sucediendo nel mundo, como hace poco en Haití y ahora en Chile...
Son absurdos mis contemporáneos al considerar las reacciones de la Tierra desde un punto de vista simplemente geográfico, incluso nacional...

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