LA MANO QUE APRIETA

lunes, 28 de septiembre de 2009

Los cien pesos de Hermógenes Calixto.

Hermógenes Calixto, nativo del barrio de Flores, luego de pasar la barrera de los ochenta con creces, se convirtió en un hombre bueno y sabio, sin hacer caso a que toda su vida fue bueno y sabio.
De humildes recursos económicos, pasó un día al lado de dos albañiles desocupados que tomaban sol a la vera de la calle Neuquén. Viéndolo tan rozagante y optimista, los vagonetas le dijeron: "¡Ay, don! Si tuviéramos cien pesos... ¡Cómo se solucionarían nuestros problemas!". "¿Con cien pesos?". "Si". El juvenil anciano metió mano al bolsillo, desenfundó los únicos cien pesos que cargaba, y se los dió.
Pasaron los meses. Ya casi al año, uno de los albañiles murió de sida y unos meses después lo vieron al otro pasar en colectivo, asomándose por una ventanilla, escandalosamente borracho, zarpando saludos.

2 comentarios:

Tan simple y tan crudo como eso.
A veces ni que te regalen las cosas te despertas de tu letargo y te das cuenta de como funcionan las cosas en la vida.
Ademas de esa pequeña cosa loca llamada destino, no?
Yo recien te escribi en la entrada de "Chau Antonio Perez Prado" porque el tambien fue una persona sumamente importante para mi, espero que puedas leerlo.
Besos
Marite

Marite:
Leí tu comentario sobre Antonio (Yo siempre le dije Antonio) y nuevamente se me llenaron los ojos de lágrimas. Es una ausencia terrible y real.
Voy dirte que Antonio últimamente -creo- se distanció de todo. Falleció Adriana, enloqueció de dolor y luego apareció con una mujer nueva (en realidad debió tratarse de alguien antiguo) y siguió como si nada, sin dar explicaciones -las explicaciones se las llevó a la tumba-. Hace cosa de un año, esta mujer que lo quería mucho-su nombre era como el de Adriana y Adriana podría ser Aurora, Isabel, etc- me invitó al cumpleaños de Antonio, me dijo que estaba buscando concertar a los "amigos" de Antonio. Llegué al evento y yo fui el único invitado. La noche transcurrió normal y cuando me fui, Antonio me acompañó a la calle. Allí le pregunté por el reemplazo de Adriana y no le gustó mi pregunta. Esa fue la última vez que lo vi.
Entiendo una lección de Antonio cuando dejó de llamar y si lo llamabas vos, hablaba de cualquier cosa sin manifestar los intereses de siempre.
Se me hace que para despedirse utilizó un mecanismo animal y puro.
Marité, para mi también fue "el tío Antonio", más aún, un hermano mayor, como alguna vez consideráramos.
Todo esto lo escribo con los ojos llenos de lágrimas ¿qué le voy hacer?
Un abrazo