LA MANO QUE APRIETA

miércoles, 3 de junio de 2009

La duplicación del espacio.

Ayer hubo un chispazo de luz en mi bruta vida literaria.
Herni, el profesor universitario y corrector literario que se desempeña como vendedor de libros en el Rufián, me cambió un concepto básico que yo acarreaba desde el tiempo de las máquinas de escribir, me dijo:
- Además, escribís a un espacio. Tu texto es larguísimo... Generalmente en los concursos piden tamaño carta a dos espacios... Creo.
Me derrumbé sobre mí mismo:
- ¿¡Cómo!? Pero... Si yo escribo a dos espacios.
- No, Yoel, lo hacés a un espacio.
Vine a la máquina, comprobé que "Blancanieves y sus hermanos" estaba a un espacio, lo ordené a dos espacios e... ¡increíble! Las 172 páginas originales no escatimaron en convertirse en 365, sobrevaluando las 344 de un doblete lógico. ¡Cuanto espacio entre línea y línea! ¡Qué nuevo mundo tipográfico!
Las apreciaciones sobre cómo se escribe una novela, desde los inventos de Cervantes hasta la modernidad, pasaron a un segundo lugar; la luz nueva que apareció entre las frases, ya podía ser novela o memoria, ficción o reportaje, automatismo o lo que venga.
La libertad está iluminada. ¡Entre frase y frase hay espacio!
El resto es biología: Tengo que remediar una ampolla que me salió en el pie izquierdo por caminar mucho con zapatos nuevos y etcétera.
Herni se ganó un aumento de sueldo.

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