LA MANO QUE APRIETA

viernes, 26 de diciembre de 2008

porcino

Soy un cerdo... O tal vez lo más parecido a un cerdo, adulto por supuesto.
Mi materia a la parrilla dista mucho de resultar con la delicadeza del lechoncito asado. A su vez, tampoco soy uno desos muchachotes de 400 kilos que con su carne abastecen las necesidades alimenticias de una familia durante casi un año, saladuras mediante.
He zafado de la parrilla navideña 2008, aunque como en otros años, hubo la coquetería del adobe en vida (inyecciones intramusculares de especias).
Fundamentalmente mi no paso por la parrilla, se debió a la desidia, al dejar todo para el día de mañana. Amigos de confianza construyeron un asador con correderas sin fin, con la capacidad de cocinar animales grandes, pero humanísticamente hablando, sobre el varillaje metálico entra a lo sumo, un torso, nunca un cuerpo entero.
Eso, sumado a la acumulación de proyectos infantiles y demasiado humanos, llevó a seguir esperando, metabolizando, imaginando...

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