LA MANO QUE APRIETA

miércoles, 1 de octubre de 2008

Lola

La eternidad según mi hija, sería un regalo digno para una noche de reyes. "¡Qué lindo!" Ella se anima a vivir... "cuatro mil años" Y se queda pensando con dientes llenos de risa, "¡Cómo Jesucristo! ¡Que resucitó!" Le hablé del Diablo y de sus acertijos humorísticos, casi me contesta que ella sabe más de la cuenta, pero disipa la angustia existencial, celebra que a fin de mes se va a confirmar como católica, el domingo en turno a las once de la mañana (de grandecita quiso ser bautizada y tomar la "primera comunión", y ahora las consecuencias). Le dije: "Bueno, Lola, si confirmamos este aparato, el paso siguiente será que entres a un convento para que te hagas monja". "¡No! Eso no!" Clamó teatralmente la niña.
Entonces, antes de ponerse a chatear con sus amigas del colegio, me dice "¡Yoel! -nunca me llama ´papá´-, se viene el Día de la Raza, ¿podemos regalarle collares a los gatos?". Le contesto que a los gatos no les gustan los collares y que Cristobal Colón no discriminó razas felinas, entonces, diciendo que va a chatear "en un ratito", va a su cuarto a conversar en voz alta consigo misma (con su amiga invisible que la acompaña desde que aprendió a hablar).Aparte de mostrarse atraída por unas zapatillas plateadas, le cuenta a su amiguita del alma, de los hombres leopardos que por las noches bailan en la terraza desta casa.

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