LA MANO QUE APRIETA

martes, 17 de junio de 2008

Culto de los títulos y de los subtítulos

DEsde mi regreso a Buenos Aires, compré el períodico todos los días, salvo leves ausencias del barrio. Comprar el diario fue una de las tantas costumbres acarreadas del andar viajando. Al llegar a un país desconocido, compraba el diario más popular del lugar para empezar a conocerlo. Luego lo seguía comprando metódicamente, sobre todo si alguna página hablaba de mí.
Confieso que los comentarios que me involucraban, o los reportajes que me hiciera cualquier periodista, fueron objeto de mi relectura. Por eso, supe y sé que leí mucha pelotudez en mi vida. La esencia de mis dichos públicos siempre fueron democráticos hipócritas, mentí para subsistir. No era que mintiera descaradamente, míticamente; bastardeaba un texto remanido buscando que un público pagara una entrada, un ticket que me beneficiara.
Prácticamente no me adapté a los cambios políticos y sociales que se daban mientras pasaba el tiempo y salían las noticias, por ejemplo en Colombia o en Méjico... En Estados Unidos la prensa no me dió ni cinco de bola. Mis apariciones en la prensa o la televisión norteamericana se debieron más que nada a un "servicio para la comunidad", un servicio municipal. Tal vez, ese fue el motivo que me impulsó a huir de ese país, mientras gobernaba Nixon.
La cuestión es que hace tres décadas que volví a la ciudad natal, y durante los cambios que se produjeron en ella y en el país, compré el diario hablara de mí o no, y me cultivé como intérprete de titulares y de subtítulos, no de textos. Generalmente cuando me detuve a leer notas periodísticas completas ("Acaban de descubrir un sistema planetario nuevo", "los teléfonos celulares explotan", etc.), el conocimiento se me embargó de pelotudez, como cuando leía detenidamente aquellas notas que hablaban de mí. Por que, inevitablemente, para entender cualquier titular de cualquier periódico, hay que pasear por su texto...
Durante los días del Proceso militar, por la calle Neuquén iba hasta la esquina de Caracas y de allí dos cuadras hasta la avenida Gaona, y por años le compré a ese canillita (el Rafa) que envejecía alternando la atención del puesto con su hijo. Un día indescifrable, tal vez cuando terminó el gobierno militar y empezó el democrático, en vez de girar a la derecha que llevaba a Caracas, tomé el camino por Neuquén hacia la izquierda y entonces, cruzando Granaderos llegué a la avenida Boyacá (tal vez menos metraje de recorrido) y me hice asiduo cliente del puesto de diarios establecido en la esquina de Neuquén y Boyacá. Allí no se trataba de un canillita titular, sino más bien de un consorcio, y me llevé humanamente bien con todos los socios. Pero estos socios se fueron sucediendo. Desaparecieron los originales y aparecieron nuevos, hasta que no quedó ni uno de los viejos.
Para ese entonces ya habían pasado unos 25 años de mi regreso a casa. Entonces en la esquina derechista de Neuquén y Caracas, empezaron a ponerse todos los días vendedores mandados por el canillita de Gaona y Caracas (uno nuevo que seguramente le compró el puesto al Rafa). Por comodidad le empecé a comprar a ellos, aunque había días que por atavismo, disimuladamente giraba hacia la izquierda y le iba a comprar el diario a Boyacá y Neuquén, y cuando volvía, escamoteaba el ejemplar como para que el vendedor de Neuquén y Caracas no me viera traicionándolo.
Los vendedores del canillita de Gaona, fueron desertando hasta que al pie de la esquina quedó una señora risueña y rigurosa que se ocupó de venderle periódico a cuanto comprador de periódicos viviera a cien metros de las cuatro calles transversales.
Aunque esta señora me haga comentarios futbolístiscos (temática que nunca comprendí) en vez de hablar del clima (tema que sí estimo), pareciera ser mi vendedora de diarios hasta que la muerte (o los viajes) nos separe.

comentarios:

Muy interesante tu blog!
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saludos!