El destino era el mar y me acompañaba-guiaba un amigo (guía turístico) que como plato fuerte me prometía el reencuentro con una señora obesa que viajaba con su nieta, también obesa, con las cuales yo había charlado en cierta oportunidad, que efectivamente memorizaba.
Viajábamos en bus y en una parada para cenar, al entrar en un restaurante, mi guía exclamó: "¡Allí están!". Si, las reconocí, eran las dos gordas con las que hacía un tiempo había mantenido un diálogo breve. La abuela y la nieta no solo no nos reconocieron, si no que ni siquiera se dignaron a contestar nuestros saludos. Mi amigo se sentó con ellas tratando de quebrar una irrevocable indiferencia, y yo me perdí entre la cantidad de mesas ocupadas.
Llegué sin mi guía, a la estación terminal de buses del lugar de veraneo. Y allí al costado de los terraplenes del estacionamiento, estaba el mar. Azul, verdinegro, con olas y espuma. Siempre me alegró ver el mar, pero esta vez no tanto, pues si bien se trataba de mar, el oleaje no venía hacia la playa, el oleaje iba de costado, a lo largo, como si estuviera dentro de una pecera gigantesca.
Esa fue la única vez que vi el mar en este veraneo.
Sin saber muy bien qué hacer, me mantuve parado en la terminal y me encontré rodeado de gente amable donde simpatizaban entre todos y conmigo también. Intenté fraternizar con alguien, pero en esos momentos empezó a oirse una especie de cornetas de carnaval que se acercaban, y la gente acusando: "¡Viene la policía!". Se dispersó y quedé solo.
Como sea, terminé llegando al lugar de alojamiento predestinado. Era un departamento de varios ambientes con balcones. El arreglo consistía en ocuparlo durante tres tiempos diarios. por tres contingentes de gente, donde yo individualmente era uno de esos contingentes. Cuando llegué, el grupo que estaba hasta ese momento (muchachos y muchachas jóvenes), me dió las llaves y salieron poniéndome a cargo. Dejaron sus cosas (ropas, cinturones y alpargatas). Recorrí el departamento curioseando las vituallas y entonces me di cuenta que mi equipaje había quedado vaya uno a saber donde. Lo único que se me ocurrió fue darme una ducha y lo hice. La temperatura del agua y la fuerza del chorro fue estupendo y al salir me encontré desnudo sin la ropa que me había quitado para bañarme. Usé la mayoría del tiempo de mi estadía buscando mi camisa y no la encontré. El pantalón mucho menos, y allí estaban mi dinero y llaves de casa. No hubo caso. Nada. solamente las ropas de otros. Se terminó mi turno y llamaron a la puerta. Era el nuevo contingente que llegaba (otros muchachos y muchachas jóvenes). Me puse una camisa que no era mía para entreabrir la puerta, pedir "Un momentito" y desesperado, tratando de que los entrantes no se dieran cuenta que había usado una de sus camisas, la devolví donde estaba, improvisé un taparrabos con papel higiénico, abrí la puerta, entregué la llave al primero que esperaba y diciendo "Voy a la playa", salí ante la espectación del grupo (cuatro o cinco personas).
Así, en pelotas en un lugar extraño, recordé que algo así me había sucedido cuando visité el Gran Cañón del Colorado.
Trazos.
viernes, 27 de febrero de 2015
martes, 24 de febrero de 2015
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arte de no entender |
En cierta forma Santiago y yo siempre estuvimos en lo mismo. En el carozo fuimos iguales.
Es memorable una discusión, recriminándole los malos negocios que él estaba haciendo en el puesto del parque Rivadavia. No había caso de que entendiera mis razones. Llegamos a los insultos y a la vociferación y le grité en la cara: "¡Entendé, Santiago!" Y él, rugiendo como una hiena, contestó: ¡No quiero entender!". Automáticamente me calmé, él también. Compartimos una cerveza y dejamos de hablar boludeces.
No entender es una disciplina que permite entender.
Enrique Serrano en Don Fulgencio.
Es memorable una discusión, recriminándole los malos negocios que él estaba haciendo en el puesto del parque Rivadavia. No había caso de que entendiera mis razones. Llegamos a los insultos y a la vociferación y le grité en la cara: "¡Entendé, Santiago!" Y él, rugiendo como una hiena, contestó: ¡No quiero entender!". Automáticamente me calmé, él también. Compartimos una cerveza y dejamos de hablar boludeces.
No entender es una disciplina que permite entender.
Enrique Serrano en Don Fulgencio.
miércoles, 18 de febrero de 2015
[+/-] |
extraro melancólico |
Cuando volví a Buenos Aires, la tierra que me parió, fue lo mismo que llegar a un lugar extraño y me comporté con las mismas precauciones que en los lugares pasados, donde Buenos Aires era un lugar extranjero más.
Jamás voy a conocerme.
Foto: V.C.
martes, 17 de febrero de 2015
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la fiesta de Barquin |
el ejercicio consiste en usar el grueso de la vida en escuchar música, descubriendo aquella que se involucra en la velocidad sanguínea propia. Entonces, antes de morir, realizar la música que el ser humano necesita en ese momento. El ser humano y el ser no humano. Encontrar la música que hace falta. La escucha es masiva pero la sintonía secreta, presumiblemente poderosa siendo el poder un arranque creativo amparado por sistemas bancarios, o no bancarios. Llegar a ese punto en que se prescinde de los ejemplos, de la luminosa mediocridad, y el entendimiento es irreversible. Vaya uno saber lo que se está diciendo, cuando los que podrían entender ese decir murieron inexplicablemente.
Pues
Extraña
que lo fabuloso del unicornio sea su cotidianidad. Más que increible: inexplicable.
Extrañeza y admiración de la gesticulación ajena.
Foto: V. C.
Pues
Extraña
que lo fabuloso del unicornio sea su cotidianidad. Más que increible: inexplicable.
Extrañeza y admiración de la gesticulación ajena.
Foto: V. C.
miércoles, 11 de febrero de 2015
[+/-] |
a cona da lora |
Chaparrones internos, violines cinematográficos, tempestades virtuales. Desfiguraciones explicitas y el pensamiento irrevocable aburrido que insiste y no varía por más recuerdos puestos en juego y adivinanza. ¡Mirá como olvidé aquel terremoto! Por el significado de los ríos y las lluvias nunca entendí el "trágame tierra": Sepultura o caranbola, recuerdo un abismo en un jardín. Ir a un cumpleaños, vestido para una fiesta de cumpleaños y caer en una cloca plagada de fosforecencias vivas que desembocó en un montón de arcoiris destellando cortocircuitos.
Pio XII. Foto V. C.
Pio XII. Foto V. C.
[+/-] |
esa cuestión de hacerla corta |
Escribir siempre es doloroso. Es algo incorporado, no natural. La formación de jorobas, problemas en la circulación sanguínea, el efisema pulmonar y la adicción al alcohol, son algunos de los sucedáneos de este artificio humano.
El tango dice: "Veinte siglos no es nada" achicando el concepto a 20 años como dijera Dumas. Casi una relación macro-micro, visible entre un virus y una galaxia. El lenguaje humano sería entonces el aleteo de una mariposa que resulta inconmensurable cuando se lo vive de cerca.
Recepción del correo (detalle). Foto: V.C.
El tango dice: "Veinte siglos no es nada" achicando el concepto a 20 años como dijera Dumas. Casi una relación macro-micro, visible entre un virus y una galaxia. El lenguaje humano sería entonces el aleteo de una mariposa que resulta inconmensurable cuando se lo vive de cerca.
Recepción del correo (detalle). Foto: V.C.
sábado, 7 de febrero de 2015
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compulsión de novelar |
Nora me dijo que Ringo se había ido, "¿Sabías?". Pensé en Ringo Start. Chequeé y comprobé que el beatle seguía cantando. El fallecido era el gato de Nora. Me disculpé por mi costumbre de no ponerle nombre a los gatos y entendiendo el desgarre de su corazón, no supe que decir.
Así empiezan y terminan los textos, sin saber que decir. Saber, es un castigo que se transmite.
gatos. Foto V. C.
Así empiezan y terminan los textos, sin saber que decir. Saber, es un castigo que se transmite.
gatos. Foto V. C.
martes, 3 de febrero de 2015
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