Cuarto H
Se trataba de una fiesta. Por lo menos eso era lo pronosticado. Yo estaba a solas en el piso destinado al evento que tal vez no era fiesta, pero sí reunión.
La luz no andaba bien y las sábanas se extendían a través de los ambientes del departamento. Música no había.
Repentina y tranquilamente, dos convocados más estaban conmigo. Los tres nos desconocíamos pero actuábamos imbuidos de alguna complicidad histórica.
La problemática era que tenía que llegar más gente y no llegaba. De pronto sonó el timbre de calle y los tres bajamos a abrir. Tal el entusiasmo que no recuerdo si lo hicimos por la escalera o por el ascensor.
El grupo una vez reunido, clamorosamente, subió a los ascensores y yo quedé rezagado por uno de los cordones de mis zapatos que se enredó. Los convocados subieron sin mí y entonces no recordé ni el piso ni el número del departamento de donde habíamos bajado.
Hablé con el portero que rápidamente clausuró el acceso a las escaleras, sin entender mi situación y sonriendo siguió con sus quehaceres, respondiendo a mis inquisiciones con gestos extraños pero amables. Mientras tanto llegaba gente que subía por el ascensor...
Primero esperé que alguno de los convocados, al percibir mi ausencia, bajara a buscarme, más esto no sucedía.
Repentinamente, recordé: "¡Cuarto H!" (cuarto piso departamento H). Simplemente tenía que subir al ascensor y apretar el botón del cuarto piso. En ese momento había una fila larguísima de gente abrigada que iba subiendo al aparato mecánico. Cuando pude entrar, lo hice junto a tres personas que teclearon sus destinos ascendentes y mientras el ascensor subía quise marcar el cuarto piso, pero en el tablero no existía el piso cuarto. Los botones tenían signos muy extraños para mi y aparentemente usuales para mis compañeros de viaje.
Supe que no iba a llegar al cuarto H. Seguramente tampoco iba a poder volver a la planta baja. Me dió la impresión que el ascensor no se movía. Imitando la actitud de mis compañeros circunstanciales, adopté una pose natural, fícticiamente cómoda, esperando.
La luz no andaba bien y las sábanas se extendían a través de los ambientes del departamento. Música no había.
Repentina y tranquilamente, dos convocados más estaban conmigo. Los tres nos desconocíamos pero actuábamos imbuidos de alguna complicidad histórica.
La problemática era que tenía que llegar más gente y no llegaba. De pronto sonó el timbre de calle y los tres bajamos a abrir. Tal el entusiasmo que no recuerdo si lo hicimos por la escalera o por el ascensor.
El grupo una vez reunido, clamorosamente, subió a los ascensores y yo quedé rezagado por uno de los cordones de mis zapatos que se enredó. Los convocados subieron sin mí y entonces no recordé ni el piso ni el número del departamento de donde habíamos bajado.
Hablé con el portero que rápidamente clausuró el acceso a las escaleras, sin entender mi situación y sonriendo siguió con sus quehaceres, respondiendo a mis inquisiciones con gestos extraños pero amables. Mientras tanto llegaba gente que subía por el ascensor...
Primero esperé que alguno de los convocados, al percibir mi ausencia, bajara a buscarme, más esto no sucedía.
Repentinamente, recordé: "¡Cuarto H!" (cuarto piso departamento H). Simplemente tenía que subir al ascensor y apretar el botón del cuarto piso. En ese momento había una fila larguísima de gente abrigada que iba subiendo al aparato mecánico. Cuando pude entrar, lo hice junto a tres personas que teclearon sus destinos ascendentes y mientras el ascensor subía quise marcar el cuarto piso, pero en el tablero no existía el piso cuarto. Los botones tenían signos muy extraños para mi y aparentemente usuales para mis compañeros de viaje.
Supe que no iba a llegar al cuarto H. Seguramente tampoco iba a poder volver a la planta baja. Me dió la impresión que el ascensor no se movía. Imitando la actitud de mis compañeros circunstanciales, adopté una pose natural, fícticiamente cómoda, esperando.
comentarios:
29 de abril de 2014, 17:22
Excelente! me encantó--qué lindo leerte Yoel!
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