LA MANO QUE APRIETA

viernes, 16 de agosto de 2013

aquella idea de Abelardo

Cuando contaba los orígenes de mi viaje, decía que "alguien" nos había dicho de pedirle originales a los escritores y artistas plásticos con el fin de venderlos y obtener guita para viajar.
Ese "alguien" era un fantasma, una incertidumbre, un olvido.
Ese fantasma fue importante en las vidas de Marta y mía, pues la concreción de aquella moción, hizo que los dos tuviéramos una década de bohemia teatral a través de países, una década de tremendismo cotidiano que nos marcó para siempre.
El otro día, por Mercado Libre, Abelardo Castillo me compró un libro de Rilke. Una vez que me cercioré que se trataba de él y no de un homónimo, quedé de entregarle el libro personalmente en su casa.
Fue un reencuentro. Desde las reuniones del Escarabajo en el Tortoni, hasta el librito de Rilke, medio siglo nos separaba.
Charlamos de recuerdos: Costantini, Tejada Gómez, Quiñones, Barzack...
"¿Y aquel libro de originales?" me preguntó Abelardo. "¿Qué libro?" "El de los manuscritos... ¡Ese! Que Sábato te dió manuscritos y dibujos..." "¡Ah! Vos decís los originales que levantamos para viajar con Arias...  Con Arias nos enojamos a último momento y nos mandamos por nuestra cuenta, por Latinoamérica." "Si. Eso."
Me extrañó la intriga de Abelardo. Él pensaba que Marta y yo habíamos armado un libro (o varios) de originales, y en realidad habíamos expuesto todo por separado para venderlo en el remate que se hizo en la Galería del Este.
Cuando en la charla dije "Alguien nos dió la idea." Abelardo saltó: "Yo les dí la idea." Me lo quedé mirando: "¿Fuiste vos?" "Claro" "¿Y nos lo dijiste en el café La Paz?" "Si".
Por dentro se me produjo algo como la resolución de un trauma. Mi memoria está plagada de olvidos y confusiones. Pienso que de alguna forma olvidé a Abelardo como gestor ideológico, a propósito. Así como olvidé apuros y marginaciones varias.
Es que esa idea encendió la mecha de lo que soy hoy. Su ejecución nos mandó a Marta y a mí al mundo, al mundo que fuera, a un mundo no buscado y surcado.
De Abelardo yo guardaba un recuerdo amistoso, cariñoso, pedagógico... Por eso quise verlo de nuevo con el pretexto de la compra del libro. No esperaba un chapuzón mesiánico.
Abelardo no era "alguien". Marta y yo lo queríamos y cuando él tuvo esa idea, le hicimos caso... 

1943. Venta ambulante de libros en China

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