Fotografía automática del homenaje a Santiago en el depósito de la calle Bacacay
A Eduardo se le ocurrió: "¿Te parece que lo llevemos a Santiago a almorzar, nestos días, con motivo de las fiestas?". Mirá -dije conocedor de todo lo relativo a nuestro amigo peregrino- A él lo que más le gusta es el lechoncito asado".
"Cocinémosle uno entonces".
Santiago siempre amó a Patoruzú y cuando venían las fiestas se aparecía por el parque repartiendo sidra y pan dulce. El lechón, por fatalidad económica, siempre le fue inalcanzable.
Concertamos la ceremonia para el jueves a mediodía.
Le dije a Santiago que estuviera en mi casa a las once de la mañana. A las nueve de la mañana estaba plantado en la vereda: "Hace tres horas que estoy esperando" dijo cuando lo encontré al salir a comprar el diario. Subimos a tomar unos mates y a las once arrancamos para lo de Eduardo. En el camino comentó:"Estoy por cumplir ochenta años. Cómo pasa el tiempo".
El lechón estaba en sus inicios, a fuego lento. Servimos una picada de longaniza con queso. Santiago comentó: "Si. El lechón hay que hacerlo de a poco. Lleva tiempo".
A las doce Eduardo dijo: "A las dos y media comemos". A las doce y media, Santiago dijo: "'¡Uy! Este lechón va a estar para las seis de la tarde. Me voy Óscar, abrime" y caminó para la puerta de calle. Eduardo se extrañó "¿Qué pasa Santiago? ¿Te sentís mal?". "No. Quiero irme". Eduardo abrió la puerta y Santiago se fue caminando tranquilamente rumbo a la avenida Nazca, bajo un sol carbonizante.
Nosotros volvimos al lechón, sin asombro, aceptando la enseñanza del apóstol sin buscarle explicaciones.
A las dos y media el lechón estuvo a punto. Los confabulados en la protección de Santiago comimos la asadura porcina escabiando un rosé. Contamos películas, analizamos el oficio de encontrar objetos y libros inencontrables...
Al despedirnos, Eduardo dijo: "La próxima vez lo traemos a Santiago y comemos algo al toque". "Por supuesto".
"Cocinémosle uno entonces".
Santiago siempre amó a Patoruzú y cuando venían las fiestas se aparecía por el parque repartiendo sidra y pan dulce. El lechón, por fatalidad económica, siempre le fue inalcanzable.
Concertamos la ceremonia para el jueves a mediodía.
Le dije a Santiago que estuviera en mi casa a las once de la mañana. A las nueve de la mañana estaba plantado en la vereda: "Hace tres horas que estoy esperando" dijo cuando lo encontré al salir a comprar el diario. Subimos a tomar unos mates y a las once arrancamos para lo de Eduardo. En el camino comentó:"Estoy por cumplir ochenta años. Cómo pasa el tiempo".
El lechón estaba en sus inicios, a fuego lento. Servimos una picada de longaniza con queso. Santiago comentó: "Si. El lechón hay que hacerlo de a poco. Lleva tiempo".
A las doce Eduardo dijo: "A las dos y media comemos". A las doce y media, Santiago dijo: "'¡Uy! Este lechón va a estar para las seis de la tarde. Me voy Óscar, abrime" y caminó para la puerta de calle. Eduardo se extrañó "¿Qué pasa Santiago? ¿Te sentís mal?". "No. Quiero irme". Eduardo abrió la puerta y Santiago se fue caminando tranquilamente rumbo a la avenida Nazca, bajo un sol carbonizante.
Nosotros volvimos al lechón, sin asombro, aceptando la enseñanza del apóstol sin buscarle explicaciones.
A las dos y media el lechón estuvo a punto. Los confabulados en la protección de Santiago comimos la asadura porcina escabiando un rosé. Contamos películas, analizamos el oficio de encontrar objetos y libros inencontrables...
Al despedirnos, Eduardo dijo: "La próxima vez lo traemos a Santiago y comemos algo al toque". "Por supuesto".
2 comentarios:
8 de enero de 2012, 6:00
El engorde es síntoma de muerte. A los cerdos antes de matarlos, se los hace pesar entre 300 y 400 kilos. Los humanos que llegan a los 200 kilos están en condiciones de ser faenados y ser aprovechados bajo la forma del chorizo, el cocido y la parrilla.
8 de enero de 2012, 7:57
Que lechoncito se morfaron! Yoel cuando veas al Eduardo dale un saludo somos casi vecinos y nunca nos vemos, con vos y con él. Salute
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