LA MANO QUE APRIETA

lunes, 8 de agosto de 2011

Con motivo del día novo (postura del huevo).

Creí que con un pedo arreglaba todo. Por supuesto no con un pedo cualquiera. Sabía que debía tratarse de un fenómeno misilístico capaz de matar al ejecutante y a un gran número de concertados y casuales. Más mi pedo no era bélico, venía con el ímpetu de la Pachamama y el profundo sentimiento de todos los órdenes de la vida. La electricidad y la energía pura.
No llegué ni a un pálido reflejo desta intención, y no se trató de un pedo único sino de millones. Protagonicé un bombardeo civil que quedó en el anonimato y el paisajismo elegante de los olores que rajan los asfaltos y hacen trastabillar a los vehículos del transporte público. Y... ¿De qué sirvió?...
Los baches los arregló la Municipalidad, el uso de mascarillas se volvió moda y mi obra no fue reconocida ni en un miligramo de su esplendor (tampoco me identifiqué), y mi médico de cabecera (el que está colgado en la pared) me dijo que deje de comer fiambres y que suspenda las bebidas alcohólicas y gaseosas.
Lo que sucedió fue quel pedo no explotó, implotó, y ahora me encuentro en estado beatífico con posibilidad de curar el empacho, pero esa no era mi intención.

Cuaderno No. 2. 1979. 

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