LA MANO QUE APRIETA

viernes, 17 de septiembre de 2010

El señor Larre.


En el edificio de la calle Chile 871, que mi padre (el portero) manejaba como si se tratara de un barco. Quizás un auto. Algo de confusión había, pues no era de extrañar que toda la familia nos apareciéramos con el gigantesco monolito de siete pisos, visitando parientes en provincia, o de vacaciones en Mar de Ajó.
En aquel fabuloso edificio en cuya terraza nací, vivía en el cuarto piso el matrimonio Larre. El señor y la señora Larre. No tenían hijos, y a mi hermano y a mí nos adoptaron como tales. Mis padres reales vivían en la terraza y los postizos en el cuarto piso. Allí mi hermano y yo teníamos nuestros muebles con pertenencias propias y continuamente recibíamos regalos: ropas y juguetes. El señor Larre era el que siempre me colmaba de regalos y cuando yo los rompía delante de él, él festejaba el hecho como si yo hubiera concretado una maravilla. Entonces traía más juguetes.
El señor Larre era el contador de una firma ganadera, y la señora Larre militaba en la "Acción católica" (donaba dinero a la iglesia y tejía ropa para los pobres).
Un día el señor Larre se murió y cuando le pregunté a la señora Larre por él, la mujer señaló el cielorraso y dijo: "Se fue al cielo". Yo me quedé pensando, porqué entendí que mi segundo padre se había ido encima del cielorraso, al piso superior, al quinto piso, y yo lo venía a visitar a él. "¿Y cuándo vuelve?". No recuerdo que me contestó la señora, pero jamás volví a ver al señor Larre, y con su esposa nunca me llevé bien...
Por aquel entonces yo tendría siete u ocho años y me costaba entender qué le había pasado al señor Larre que misteriosamente instalado en el quinto piso, no quería regresar al cuarto piso.

Postal desde Piriápolis del señor Larre, para "Manolito y Oscarcito". 1948.

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