teatro

A las tres de la mañana sonó el teléfono y una voz confundible con la de un vecino, tal vez un poco más chillona que la del vecino, farfulló: "yo le dije señor, que..." No lo entendí en su totalidad, pues se repetía y de pronto escuché un coro que aullaba y el locutor empezó a gritar al micrófono del teléfono: "¡Salve Satanás! ¡Salve Satanás!". Entonces corté y volví a la cama. Cuando desperté era de noche y Marta y yo estábamos por dar una función de teatro en un pueblito marítimo. La cuestión era que los dos habíamos dejado de hacer teatro hacía cosa de 30 años y estábamos viejos. El teatro era bastante grande y atrás del escenario por una puertita pequeña, se veía un gran restaurante funcionando a full. Le dije a Marta "Vamos a improvisar" y ella asintió militarmente. Recapitulé que no teníamos ningún esquema teatral del que agarrarnos. Podíamos hacer cualquier cosa: comer un pollo, bailar, contar anécdotas. Se me ocurrió plantear en el escenario porqué nos presentábamos a hacer una obra de teatro sin título y que tampoco daba el nombre de los actores... En cuanto a las resoluciones técnicas: la sala y el escenario estaban iluminados a medias, aunque había un montón de gente joven que eran los que habían organizado la presentación y, teóricamente, cuando mi cuerpo saliera a escena, un spot cenital o de frente, se iba a encender y me iba a dar protagonismo. Inmediatamente pensé en anular la presentación, inventar cualquier pretexto. El evento era absurdo. En ese momento me asomé a la sala y vi que estaba casi llena. Entonces recorrí los alrededores del teatro y le avisé a amigos y conocidos que la función iba a empezar. Algunos de estos conocidos habían fallecido hacía tiempo pero se estaban tomando un descanso en aquellas playas y con un "¿Cómo no me avisaste antes?", dejaron lo que estaban haciendo y corrieron al teatro. Era de noche en el mar y empezó la función.