LA MANO QUE APRIETA

viernes, 19 de septiembre de 2014

el universo como cárcel

Sin entender (o sin querer entender) nunca qué hacer, hice. Porque el hacer es inevitable por más cobardía mediante.
En los sex-shop vendían consoladores que intentaban apaciguar conciencias en cortocircuito. El aparato (made in Japan) se complementaba con píldoras antiespamódicas y conexiones a emisiones eléctricas.
En plena algarabía de los 70s. bajo el gobierno de Nixon, intenté administrarme uno de esos instrumentos, pero no lo hice. Me justifiqué diciéndome que me resultaba muy caro y que personalmente tenía otras prioridades tales como ponerle nafta al auto y alimentarme yo.
Este esquema de no asumir responsabilidades me colocó en un limbo difícil de soportar, pues ante innumerables caminos diferentes, los resultados eran el mismo: subsistir durante las problemáticas.
¿Qué hubo que hacer, qué hay que hacer?

2 comentarios:

Es bello como la máquina se complementa con el alma del que escribe y da opciones para hilar los escritos. Por supuesto la máquina se equivoca y esa es la belleza.

La máquina y el almanaque!