LA MANO QUE APRIETA

viernes, 11 de julio de 2014

el señor azul

Convivíamos en un edificio lleno de espacios grandes (patios interminables, tragaluces, terrazas y terraplenes, sin ascensores). Convivíamos separadamente como sucede en las propiedades horizontales. Podríamos haber envejecido sin darnos bolilla, pero las pocas veces que nos cruzamos, concretábamos conversaciones intrascendentes. El que más hablaba era él e incluso me hacía preguntas. Era un personaje público, conocido. Tenía algo de regente y en nuestros encuentros primaba una mezcla de aburrimiento y asombro. Como que en vez de comunicarnos para tantear problemáticas, tomábamos resguardo el uno del otro. La situación, naturalmente sórdida, tenía el atractivo de no saber quiénes éramos o de intentar no saberlo. Ninguno de los dos éramos importantes en ese edificio ni en el mundo que nos contenía, sin embargo rabíabamos de egoismo farandulesco. Él con más razón que yo, por haber llenado con su imagen, diarios, revistas y televisiones.
Nunca supe que hacía ese hombre en el edificio donde yo vivía. Lo encontré -a solas- dos veces. Yo entraba y salía del edificio (por la zona de Constitución) y la puerta de calle tenía variaciones extrañas. Generalmente no cerraba bien, o directamente yo salía por una puerta que no era por la que había entrado.
Esto concluyó en una equivocación o tal vez ubicación definitiva. Porque entré al edificio y la puerta no podía ser cerrada. Sin cerradura, fácilmente se la podía abrir desde afuera con un  leve empujoncito. Y en la calle había varios hombres. Ni se me ocurrió buscar a mi vecino que las dos veces que lo ví, vestía traje azul marino, y salí a la calle donde me desconocí. El lugar no era Constitución. Hasta dudé que me encontrara en Buenos Aires. Si, había a unos pasos, un bar de los de antes con largo mostrador y pocos parroquianos en el que me metí compulsivamente. Sobre una de las puntas del mostrador ví ofertados, a mano, varios platitos con anchoas en salmuera. Me acerqué a ellas pero retrocedí inmediatamente porque entonces lo volví a ver a él, que detrás del mostrador y sin reconocerme, ponía uno de sus ojos en las anchoas y el otro en mí, vigilando el más mínimo de mis movimientos.

91319 con antecesor.

comentarios:

¿El señor azul fue un presidente de Argentina?