LA MANO QUE APRIETA

lunes, 20 de mayo de 2013

la tumba de mi abuela

Alrededor de 1950, la madre de mi padre, doña Áurea, vino de visita a Buenos Aires con su hijo Antonio, hermano menor de mi padre, Llegaron en barco, y un tranvía lleno de familia nos trajo desde el puerto hasta la terraza de la calle Chile. La abuela de negro (solo se veía su cabeza y manos) era linda y buena, y me regalaba azúcar blanca que sacaba de sus grandes bolsillos negros.
La terraza fue una fiesta mientras estuvo la abuela. Hubo un baúl con chourizos y aguardiente del Viñao. Más no duró mucho. La abuela volvió a Galicia, a morir en su casa.
En 2001 conocí el Viñao y como permanecí allí un par de domingos, fuí dos veces a la misa del pueblo, una con Lino y otra con Carmiña, dos de mis primos.
Recuerdo un domingo que no llovía y haciendo tiempo en el atrio de la iglesia, Lino señaló: "Esa es la tumba de tu abuela". El jardín de la iglesia era un cementerio con tumbas y nichos (algunos recién hechos y esperando a quienes habían pagado por ellos, todos vecinos) . La abuela yacía bajo una lápida entre otras lápidas. La tumba me pareció mucho más antigua de lo que debía ser, y doña Áurea estaba lejísimo de mí, de ese domingo, de esa misa. Abuela cercana e ilegible.

Mi madre (primera a la derecha)  en el Viñao, momentos antes de venir a Buenos Aires.

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