LA MANO QUE APRIETA

jueves, 7 de febrero de 2013

chijete escatológico al andar

La humorada se repetirá como Magoya manda. Pero ¡Cuánta sensación! Y qué distinto es lo que se repite.
A Hermógenes desde que lo conozco, lo conozco como un viejo que baila en una pata: "Me siento cómo un pibe. Escribo, pinto, canto, bailo". Alguna vez me preguntó como había qué hacer para mostrar sus pinturas a un público y yo le dije que fuera al departamento de programación del centro cultural recoleta. Lo peor de todo era que cuando me decía que cantaba y bailaba se ponía a hacerlo delante mío, en la calle, para que yo pudiera comprobar la maravilla extraordinaria que era ese hombre. Lo mismo hacía con el resto de vecinos que cruzaba. O sea que cuando se lo veía venir, la gente disparaba, escapaba como podía. Pero Hermógenes no se amilanaba y corría a voces y sonrisas a quien fuera y una vez que lo tenía a su lado, le leía sus poemas y mostraba sus creaciones pictóricas: "Me salen así nomás... Empiezo a poner colores sobre el papel y surgen imágenes... Es increíble".
Con el transcurso de los años, la afabilidad de Hermógenes se fue convirtiendo en osquedad y su andar juvenil, en chuequera aparatosa. Dejó de recitar sus poesías a la gente y acompañó su andar con gruñidos.
Ayer, al cruzarlo por la av. Gaona, lo saludé con un habitual: "¡¿Cómo andás?!" "¡Mal! Me fui al carajo...
¡Qué le voy a hacer! ¡Cumplí 88 años!" Me contó que una diarrea finita, ardiente y continua, lo estaba matando y que no había cura para eso. "Bueno. Pero macanudo ¿no? Pues para eso se vive. Disfutá la experiencia". "Seguro -mordisqueó pensativo- Y vos ¿Cómo andás?". "Bien. Siguiendo el mismo camino que vos..." "Chau". "Chau".
Fueron dos chaus muy sonrientes en medio de la noche.

Vieja publicidad de "Mejoral".

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