LA MANO QUE APRIETA

lunes, 3 de septiembre de 2012

Federico Peralta Ramos

Durante los sesentas en el Di Tella, no lo traté a Federico. Al regreso del viaje, desde 1978 hasta su muerte, si. Federico era muy amigo de Andralis, Andralis lo amaba y entonces la casualidad nos concertaba en la imprenta de Juan. Un día le pedí una obra de él para venderla y sacar guita para sobrevivir. Se iluminó y me explicó: "Bien. Pero ya no hago obra de caballete. El día que hagas el remate, avisame, yo me presento allí y mi obra será mi presencia".
Escucharlo no tenía desperdicio. Cautivaba a sus oyentes y cuando los tenía prendidos a una hilación que él había provocado, la destruía con un rajante vuelco lógico.
En mi muestra en Recoleta, lo encontré parado como un totem. Me acerqué a saludarlo y sus palabras fueron: "Murió Bonino". Bonino aquel maravilloso actor cordobés. "¿Murió?". "Si".
Clarín cuenta hoy que cuando Federico ganó la beca Guggenheim, se la gastó en una fiesta con amigos y mandó la cuenta como manifiesto ("...en  vez de pintar una cena, dí una cena").
Su muerte entristeció rajantemente a Andralis que lo siguió al poco tiempo, construyéndose una galería de muertes, de no presencias como obras de arte que nunca serán de caballete.

Federico fotografiado por Eduardo Grossman en 1981. Clarin. 3-sept-2012. Pág. 32.-

comentarios:

arte atraviesa al artista (una de tantas definiciones).