LA MANO QUE APRIETA

miércoles, 9 de mayo de 2012

Caloi

Lo crucé dos veces en la vida. Una en el domicilio que tenía en la calle Pampa, a poco de haber vuelto yo a Buenos Aires, para mangarle un dibujo para vender, como solía hacer por aquellos entonces, con los artistas plásticos, buscando una resolución inmediata de mi nada económico. En aquel entonces el dibujo quedó en el aire. Dos o tres décadas después Caloi apareció comprando libros en la librería que tuve en el Paseo La Plaza. Allí hablamos de Roberto Páez y de su hijo Pablo. Años después, en la librería de San Telmo compré y vendí un dibujo original de Clemente.
Paralelamente asistí a las publicaciones de su Clemente, sin que me apasionara pero dándole pelota. De pronto todo lo que él hacía (dibujo y creación) y no era Clemente, me encantó y motivó; así como su programa televisivo: una desas maravillas que me provocó adicción.
La muerte es un agujero. Lo mismo que cuando murió Fellini o Borges: Caloi nunca más me estará diciendo lo que hay que escuchar.

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