LA MANO QUE APRIETA

martes, 10 de abril de 2012

reiteramos...

¿Hace falta ser cristiano para ganarse un infierno? ¿Fue necesario comulgar al lado de Juana de Arco? ¿La muerte libera del infierno terreno?
Un hombre corbata me decía el otro día: "Tenés que ir a las inauguraciones. Hacerte ver. Es una parte fundamental en este asunto..." y agregó abominaciones innombrables. No mencionables por el ganserío que decían. Lo genial es que le dí razón en todo y actué como recibiendo una luz. Como que fuéramos dos homenajeando a Erasmo con una lejanía de contenido aberrante. Nos despedimos como los piolas más grandes del mundo: "Hágamos tal y tal cosa" "Si. Una tarjeta con dibujitos".
Correspondía cerrar el diálogo metiéndole un balazo entre los dientes, un balazo como llamado a la realidad, como purificación espiritual. Pero no, que el balazo fuera en la nuca, a traición, cuando menos lo esperara: Y ahí la hipocresía y la efervescencia del demonismo pelotudo: en vez de balazos: continuidad de la boludez.
Jocoso teatro de la vida.

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