LA MANO QUE APRIETA

viernes, 23 de marzo de 2012

Un recuerdo de Roberto Duarte.

A fines de los sesentas me hice entrañable amigo de Roberto Duarte quien aparte de ser una persona generosa y carismática, era un artista del carajo. Vivía la experiencia de pintar, dibujar y grabar con una intensidad -para mi- exagerada . Intensidad de la que participé asistiendo a diario a su taller para beber, fumar, leerle mis escritos y verlo trabajar. Asumí sin querer, una maestranza sobre el ejercicio artístico, maestranza no buscada pues lo que me atraía de él  era su espíritu y humanidad.

Fuimos muy amigos. Después viajé durante una década y al volver nos vimos poco. El mundo (Buenos Aires) era rajantemente distinto al de aquel taller en la calle Salta. Luego la muerte se lo llevó.
Todo era grandioso en él… Tenía aspecto de bohemio, de croto, pero con los bolsillos llenos de guita porque ganaba premios y vendía sus pinturas, le gustaba la buena vida con degustación profunda, y fácilmente se iba a las trompadas por alguna diferencia en la apreciación artística.
De aquellos días en los que me saludaba: “¿Qué tal poeta?” y… “Dale poeta, leeme algo” petición que utilizaba para atorrar sonoramente al arrullo de mis versos; me quedaron mil vivencias…
Una vez apareció en el taller un arquitecto interesado en que Duarte realizara un mural para el edificio que estaba construyendo. El Mono le planteó: “Vea, el mural se lo canjeo por un departamento”. El arquitecto cambió su expresión afable y musitó: “Caramba… Deberíamos ver qué vale realmente su obra…” y explico que esos departamentos eran muy costosos.  Inmediatamente Roberto se le tiró encima disparando castañazos y patadas. Aterrorizado, el arquitecto huyó perdiendo uno de sus zapatos en medio del pánico. Me asomé al balcón y el hombre era un espectáculo memorable: un fantasma despavorido que espantaba a los que se cruzaban con su huida por la calle Salta rumbo a Constitución.
Y Duarte dolido: “Va a comparar mi obra con un departamentito de esos”. El “esos” fue un rugido silente, porteño, colmado de significados tremendos.
Roberto Duarte fue mi maestro espiritual y nunca se lo pude decir.

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