LA MANO QUE APRIETA

martes, 11 de enero de 2011

El destino de una esquina del barrio de Saragoza.


El carnicero nuevo, basándose en la iluminación azul y los sistemas de refrigeración, asimiló el panteón con el paraíso. Desde su arribo, ofertó carnes cerdas y vacunas a precios altos. También cocinó. Paralelamente, varios seres queridos fueron muriendo. Desde una tangibilidad creíble, pasaron a una promesa ajena a las tecnologías y digestiones modernas (lejano paraíso). Hubo cortes de luz. La lujosa carne del carnicero se pudrió y el barrio no tuvo piedad con él: "Ese hombre tiene sexo con cadáveres". "Quiso venderme una lengua a cincuenta pesos el kilo, pero era el pedazo que va de la garganta para abajo". "El barrio nunca olió tan a podrido"...
El carnicero es petiso, usa anteojos de gran aumento y gusta lucirse con cuchillo en mano. Mira a las mujeres con actitud científica, con detenimiento, se desentiende de lo que sea para dedicarse a la contemplación. Contrató a una baladista para que trapee el piso y le cebe mate.
El paraíso de los creyentes del barrio se encuentra en el freezer deste muchacho. Algunos dicen que es una realidad irreversible porque aunque no venda su mercadería (seres queridos para muchos) y se le pudra entre arcos voltaicos, vinagres y lavandinas, el hombre tiene resto (fondos monetarios) para aguantar su dispensario de restos mortales sin que se concreten muchas ventas que digamos. Abarató la carne picada, la más sospechosa, la pantalla teatral que esconde el alma tumultuosa deste comerciante.
También hay vecinos que ven todo este armado, como algo cargado de simbolismo. Ven a la carnicería nueva como un templo donde a veces, se despachan filetes de merluza y la arquitectura apunta a lo que debe de ser el Vaticano para la gente que no ha viajado y desconoce reales catacumbas.

Publicidad bélica inglesa. Fotografía utilizada durante la primer guerra mundial para mostrar la buena vida de los prisioneros alemanes en los campos de concentración ingleses.

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