LA MANO QUE APRIETA

viernes, 16 de julio de 2010

garaje vestíbulo.


Todo el frente del departamento de la planta baja, tenía el aspecto de haber sido un garaje. Yo sabía que nunca lo había sido, pero el pasado aunque de diferente arquitectura, era el mismo. El lugar era amplio, alto y vacío. Piso de baldosas, paredes, techo y apenas una canilla saliendo de una de las paredes laterales. Había algo novedoso. Una mujer joven, una recepcionista que tenía gesto amable, sentada a un escritorio escueto. De pronto la empleada aleteó y se dirigió a mi con gesto alegre, espiando por el gran portón frontal: "¡Ahí viene su madre! Parece cansada pero ya está llegando". Miré hacía la entrada esperando saludar a mi madre pero como demoraba largos segundos en aparecer, abrí la canilla y me lavé las manos bajo el chorro de agua. Lavé mis manos y cuando miré nuevamente a la puerta de calle, mi madre no apareció.

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