LA MANO QUE APRIETA

miércoles, 30 de diciembre de 2009

las fiestas de fin de año

Sin que yo me diera cuenta, la navidad (sobre todo) y el año nuevo, durante mi niñez tuvieron una gravitación mucho más fuerte que la que popularizaba Patoruzú. Mi padre era un totem que unificaba una tribu. La cantidad de gallegos que se juntaba en la terraza de la calle Chile, alucinaba. Y cuando sonaban las sirenas de "La Prensa", yo aullaba hasta las estrellas. A mi viejo también le caía bien el Cristo y por supuesto no tenía idea porqué. Pero ahí estaban las pautas del cariño espontáneo. Después vino Paosolini, etc.
Para mi la navidad era el conglomerado alegre de gallegos en torno a mi padre. Ojo, que después venían los reyes magos y los reyes magos, mágicamente, eran él. Él era una trinidad.
Pronto la tribu se dispersó y alrededor de mi padre se mantuvieron solamente los más allegados. Yo lo rechacé y también me fui...
Cualquier otra navidad con cualquier gente en cualquier lugar, me pareció entonces un fenómeno extranjero, con interés antropológico, útil para practicar excesos alcohólicos y gastronómicos. Siquiera criticable.
Las navidades junto a mi padre y mi madre, fueron sagradas. Esa sacralidad reside en la ignorancia del "porqué la navidad". Eso lo aprendí de mi padre, pues ese era su sentimiento. Y como él, soy capaz de matar por ello.
¿Cómo no desear felicidades a los demás?

5 comentarios:

quise publicar mis reflexiones pero este puto sitiono me dejan porque son largas te sugiero que las pongas por mi.

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Las supresiones corresponden al texto íntegro original de Orenstein, questa ahora publicado más arriba como post: "Los judíos agnósticos y ateos..."

Feliz Navidad, Año Nuevo, Día del Padre, Día del Niño, Día a Día. Un abrazo Joe.