LA MANO QUE APRIETA

jueves, 22 de octubre de 2009

mariposa irrecuperable.

Acababa de volver de un largo viaje con treinta y pico de años cumplidos. Mis padres vivían y habían salido de paseo, me dejaron solo en la casa. Bebí vino barato e ingiriéndolo encendí un tocadiscos Winco y empecé a pasar discos de pasta de Gardel, uno tras otro, y más vino y más Gardel en aquel espléndido Winco gris gomoso en aquella maravillosa tarde a solas.
Era el viento que llegaba de la calle a través del balcón abierto, el Winco sonaba como el Gran Rex y el Ópera Juntos y Gardel me retorcía el alma con melódica dulce severidad.
Supongo que bailé, ya alcoholizado, pero lo que si recuerdo es cómo lloré, mucho más que una mujer, más que un hombre. Lloré de todo y el Winco siguió sonando y me volví mariposa por siempre y nunca, aferrado a mi gusano egocéntrico mientras mis padres no me veían escuchando a Gardel.
Fue inolvidable. Mariposa irrecuperable.

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