Una gallegada.
En 1978, cuando volví a casa, la ciudad era una mierda. Mi Buenos Aires querido que había dejado en 1968 estaba muerto y sepultado. La gorda Enriqueta me invitó una noche a una reunión en una casa y el convite era un plomazo, los cuatro o cinco jóvenes que había eran huevos duros seudo humanizados, unos con chalecos y otros con camisas, meta decir boludeces y reir. Me sentí triste. De pronto empezaron a contar chistes de gallegos, uno atrás de otro, uno más imbécil que el otro y... "¡Jua jua jua!". Yo no los conocía a ellos ni ellos a mi.
Entonces me paré y les dije: "Soy gallego, y se van a la reputa madre que los parió".
Silencio, muy de huevos duros casi blandos. Los vi asustados. Seguramente no esperaban que un gallego se les corporizara con mi facha. Inmediatamente aproveché ese miedo. Sacudiendo por el cogote al que parecía el dueño de casa, me dirigí al grupo: "Venga la guita, hijos de puta!". Y todos sacaron lo que cargaban en los bolsillos y me lo dieron.
Salí a la avenida Callao a tomar un taxi y atrás mio me siguió la gorda. Vino y me dijo: "Estuviste bárbaro Yoel. Y decime... ¿no me podés tirar unos mangos?". Automáticamente le dí más o menos la mitad del botín.
Una noche de invierno durante el gobierno militar.
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