LA MANO QUE APRIETA

viernes, 12 de junio de 2009

El hígado y la Blancanieves de Aristóteles

A mi hígado siempre lo visualizo sobre una mesada de mármol blanco.
Mejor dicho, sobre una gran bandeja de metal enlozado apoyada sobre el mármol.
El filósofo y carnicero Aristóteles, afila uno de sus cuchillos de cirugía, pregunta "¿Cuanto?" y procede a rebanar la víscera en fetas. Recomienda: "Sacale la pielcita y fritalo en manteca".
Precisamente, Aristóteles me habló de Blancanieves el otro día. Me dijo que una ogresa del barrio mandaba a su ogrillo a comprar carne, generalmente tripa gorda para "vaya uno a saber qué fines". Parece ser quel ogrillo se fue entusiasmando poco a poco y ayer Aristóteles me dijo quel teratos le pidió "una Blancanieves" o "un cacho de Blancanieves". Aristóteles le vendió diez kilos de carne picada dentro de una bolsa negra de consorcio y el monstruito se fue contentísimo.
Aristóteles se declara como "no prejucioso". Me contó que una vez tuvo efectivamente una Blancanieves en su freezer, una niña muerta bellísima, y que un día, un cartonero entró a la carnicería y besó a Blancanieves. El cadáver resucitó y ahora andan los dos -Blancanieves y el cartonero- cartoneando por la zona. "Y yo no gané un mango", razonó Aristóteles.

0 comentarios: