LA MANO QUE APRIETA

domingo, 3 de mayo de 2009

A otra cosa, mariposa.

Los sicópatas con prestigio de "asesinos seriales" éramos alrededor de una docena y las "víctimas" no llegaban a diez.
El organizador del evento con vías a la instalación de un "próspero" local comercial dedicado a la promoción destos fenómenos considerados teatral y literariamente, por supuesto era yo que ya con seis años cursando la última etapa vital de todo bicho que camina, pretendía organizar la comodidad de mis últimos días.
La propuesta, absolutamente artística, promovía una revolución en los cánones del derecho sucesorio, con una escribanía de respeto y tradición, que se iba a encargar de escriturar los bienes de las "víctimas" a nombre de los "sicópatas" que se ocuparan de ellos.
Pese a que se hizo una buena campaña periodística, el público no respondió a la convocatoria, el victimariato fue muy magro: un par de parejas, o matrimonios, jóvenes, un jubilado, una poetisa inédita de setenta y tantos años, y alguien más...
La situación pese a ser decepcionante, era controlable. Los sicópatas se fueron borrando, se esfumaron cual fantasmas.
Quedé solo yo con las "víctimas" que reclamaban la participación propuesta.
Entonces los enfrenté:
"Quedaos tranquilos que os mataré a todos. Ni uno solo quedará para contar estas cosas..."
El escaso público se inquietó, olí el miedo: un olor fuerte y metálico, genésico.
Ya había cubierto mi rostro con una sencilla máscara hecha con la cámara de una rueda de camión, negra.
Entonces los golpeé a todos, uno trás otro, con la actitud sublime del que da paz a los demás. Pero no maté a nadie, los desmayé.
Acomodé rápidamente sus cuerpos como para que soñaran cómodamente, y asumiendo alegremente mi crítico futuro, yo también me esfumé.

comentarios:

Fernando De Gregorio dijo...
4 de mayo de 2009, 7:36
 

¡Somos tantos los tontos!
Borges decía que no tenía coraje físico y era cobade.
¡Pero que valiente hombre de bien, más ético que religioso, como decía de Stevenson!